Me niego a celebrar el Día de la Constitución

Hoy es el Día de la Constitución. Tal será el aprecio que le tienen los habitantes de este país a la Carta Magna, que celebran su 30 cumpleaños cogiendo el coche y escapando del mundanal ruido. Hoy es un día grande para nuestros políticos. Se llenarán la boca hablando de democracia, del gran avance que ha experimentado España en estas tres décadas y de lo ejemplares que somos para otros países. ¿Qué dirán hoy esos discursos vacíos desde el Congreso de los Diputados?

Hoy es un día en el que queda patente, con mucha rotundidad, que la mal llamada "clase política" y los ciudadanos van por caminos muy diferentes. Mientras los primeros se visten con sus mejores galas para presumir de lo democráticos que son, los segundos siguen llorando de pena por la situación de injusticia e hipocresia más grande que ha sufrido España en la historia reciente.

Seguro que los discursos del Rey, Zapatero o Bono no van a decir que la Constitución no se cumple en casi ninguno de sus artículos. Ninguno afirmará que la Constitución vive al margen de la Realidad, al margen de los ciudadanos. Que no sirve a nadie. Ninguno dirá que muchos de sus artículos son incumplidos sistematicamente.

Hoy todos los medios de comunicación se pegarán codazos para entrevistar a los Padres de la Constitución. Pero ninguno les preguntará en qué han convertido el trabajo que realizaron hace 30 años. Ninguno de estos padres se atreverá a decir que todo ha sido una farsa y que la Constitución es más papel mojado que nunca, que no cumple con ninguno de sus principios y que nadie la tiene en cuenta.

Derecho al trabajo. Derecho a la Vivienda. Derecho a la Justicia. ¿Dónde queda eso hoy? El espíritu de consenso que parió la Constitución ha sido mancillado y humillado. Esa intención de transformación social con la que fue creada, ha sido puesta en manos del mercado, del liberalismo y de unos cargos públicos más preocupados por calentar sillones que por servir a los ciudadanos. Calentar sillones, eso sí, con sueldos astronómicos.

No hay nada que celebrar. Eso lo podrán decir muy bien los casi 8.5 millones de pobres que viven en España, los que no pueden acceder a una vivienda, los que son víctimas de los contratos basura (90 % de los que se firman actualmente), los tres millones de parados, los trabajadores en precario que hoy estarán en el tajo por no tener condiciones laborales dignas y, por supuesto, tampoco podrán celebrar nada todos esos obreros que se han dejado la vida trabajando.