De Yasmina Reza. Con: Aitana Sánchez-Gijón, Pere Ponce, Maribel Verdú y Antonio Molero. Dirección: Tamzin Townsend. Madrid. Teatro Alcázar. 27 de noviembre de 2008.
De nuevo Yasmina Reza vuelve por sus fueros con una comedia ácida y desternillante que lleva dos meses arrasando en el teatro Alcázar de Madrid. Tras el éxito clamoroso de Arte (que ahora sube a los escenarios madrileños por tercera vez consecutiva), el estreno de Un dios salvaje, precedido por su triunfo en París y en Londres, había generado unas expectativas que se han visto plenamente confirmadas, como atestigua la afluencia masiva de público a sus representaciones y los aplausos que noche tras noche cosecha la función.
Y es que no es para menos. Estamos ante un texto inteligente, que suma a su aguda penetración psicológica el planteamiento de problemas de la más estricta actualidad con un lenguaje conciso y directo; a su vez el elenco está integrado por conocidísimas caras del show business que además son intérpretes de aquilatada solvencia; y por último, cuenta con la atinada labor de Tamzin Townsend como maestra de ceremonias.
La historia, insulsa, en apariencia, recrea el encuentro de dos matrimonios de la clase media acomodada que se reúnen una tarde para solventar un pequeño incidente familiar: una pelea entre sus hijos, a la sazón compañeros de colegio, en la que uno ha propinado al otro un golpe con un palo y le ha roto dos dientes. La intención mutua de resolver el contencioso civilizadamente pronto se ve superada por las circunstancias y las buenas maneras se truecan en un comportamiento violento y atrabiliario viniendo a quedar de manifiesto que la cortesía, el respeto y la consideración no son sino máscaras que esconden la verdadera naturaleza de los protagonistas: la vulgaridad, la agresividad y la intolerancia.
La acción avanza imparable hacia un desenlace anunciado ya casi desde los primeros compases, pese a ello la tensión dramática no decae en ningún momento gracias a la constante inversión de las situaciones y al intercambio de alianzas, si es que puede llamarse así, ya que los bandos en conflicto no están integrados siempre por los mismos contendientes. Al principio el conflicto es entre parejas para desplazarse enseguida al interior de cada pareja; luego son los hombres quienes hacen piña frente a las mujeres y viceversa; a veces, tres de ellos se alinean frente a la intransigencia de un cuarto que quiere imponer a toda costa su criterio. Y vuelta a empezar, en un carrusel de clímax y anticlímax que constituyen un verdadero prodigio de construcción dramática un continuum de situaciones a cual más pintorescas y descabelladas que hacen las delicias del público, a la vez que le obligan a replantearse el tópico comúnmente admitido del poder civilizatorio de la cultura.
Gran parte del mérito, como ya hemos dicho, cabe atribuírselo a la directora, que ha cogido el punto entre tragicómico y burlesco con ribetes de alta comedia de la obra y que controla con pulso firme unas situaciones que en manos menos expertas derivarían en excesos de zafiedad o de histrionismo. Pero el mérito mayor corresponde sin duda a los intérpretes, que bordan literalmente sus personajes aportándoles una riqueza de matices realmente apabullante. Antonio Molero es el bonachón y conciliador Miguel, ha cedido, obviamente, la iniciativa a su mujer, Verónica, aunque no desaprovecha la ocasión de sacudirse de encima sus complejos y plantarle cara cuando se encuentra respaldado. Lástima que no haya conseguido limar del todo ciertos tics televisivos que se manifiesta aquí y allá en un impostación forzada y un tanto artificiosa. Maribel Verdú es Ana, tras cuya pose de resignada madre de familia y esposa feliz se esconden la frustración y el resentimiento que afloran de forma virulenta a la menor ocasión. Pere Ponce es su marido, un displicente y hosco especimen de macho ibérico convencido de que desde que el mundo es mundo las relaciones humanas se gobiernan por la ley del mas fuerte; grosero y desagradable hasta la exasperación considera que esa reunión es una pérdida de tiempo y sólo se anima cuando la discusión amenaza con convertirse en auténtica batalla campal. Una espléndida creación de personaje, contrapunto del de Verónica (Aitana Sánchez-Gijón), una fervorosa defensora de los buenos modales y del fair play, hasta que se le lleva la contraria, naturalmente, porque entonces se pone hecha una furia y es incapaz como los demás de controlar sus emociones y su histerismo. El personaje más redondo, quizá, de los que ha creado hasta ahora la dramaturga francesa, esta mujer abanderada de las bondades del progreso y paradigma de un cierto feminismo militante parece haber encontrado en Aitana Sánchez-Gijón el molde perfecto para materializarse en escena, en una conjunción casi milagrosa que raramente tenemos oportunidad disfrutar.
En fin una obra de comicidad desbordante aunque su mensaje último sea un tanto desesperanzador. El tipo de montaje con el que sueña cualquier productor para sanear la cuenta de resultados de su empresa durante una larga temporada. Un espectáculo divertido y muy bien hecho que nadie debería perderse.
Gordon Craig.
29-IX-2008.
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