EL HARÉN DE EFRÉN

Un “reality show” de la cadena televisiva más especializada en este tipo de experimentos, ha concluido con la formación de una supuesta pareja producto del guión y evolución de los numerosos programas que en torno a tres meses han cubierto horas de televisión en la sobremesa

El programa plantea una original forma de ligoteo televisiva, por la cual un mozo acude a que se le presenten las correspondientes mozas que le vayan sugiriendo proposiciones entre amigables y amorosas, en sucesivas entrevistas ante las cámaras, de forma que al mozo se las ponen como a Fernando VII las numerosas pretendientas que acuden a conocerlo.

            Este experimento televisivo, entre simpático y curioso, algo más digno que otros de parecido formato de la cadena, ha sido bien reconducido desde el punto de vista televisivo por su presentadora, y por el equipo de guionistas del mismo. Si bien, como todo experimento humano, plantea el problema de la desnaturalización –por mucha sensibilidad que han querido presentar-.

            Resulta antinatural, abrirle al concursante la veda de la moza casadera, posibilitándole la concurrencia de una multitud de chicas de diversas procedencias y circunstancias, que no se sabe si están por la notoriedad que ofrece la oportunidad televisiva, si acaso por el flirteo, o realmente en busca de una pareja con pretensión de estabilidad y formalidad. Esta es la gran incógnita que ha de despejar el agasajado protagonista.

            Pero por otro lado, resulta igualmente antinatural a nuestra cultura occidental, especialmente beligerante en lo relativo a la igualdad entre ambos sexos, que se junten multitud de mujeres ante un solo hombre –que no tiene nada que demostrar, y al que le han de mostrar y demostrar su pretensión todas las candidatas- que las puede despachar a su antojo sin ninguna explicación, y que cual jeque oriental impone su voluntad sobre su particular harén televisivo.

            Todo ello, no parece que contribuya a una serena y madura reflexión sobre la idoneidad de la persona que se elige, ni sobre los motivos que llevan a descartar a muchas de ellas, por cuanto el enamoramiento –más allá del mero flechazo- surge y se acrecienta de la convivencia de los pretendientes, y esto es difícil que se pueda dar en un show televisivo –con todas sus implicaciones de falta de intimidad que lesionan el pudor personal en cuestiones tan delicadas y personales como son las del amor humano- con cortos encuentros de escasa profundidad, y gran superficialidad, según el rigor del guión televisivo.

            Pero además, no parece que sea muy humano, suscitar en las personas unos sentimientos amorosos que van a colisionar irremediablemente con otros, dispersando la atención de uno y concentrando en exceso las de las otras, generando los lógicos desengaños en las rechazadas, con el consiguiente daño moral, de imagen, y psicológico. Lo que no deja de ser un experimento televisivo, que encaja mal con los sentimientos humanos, y sobre todo no parece que sea lo más adecuado para el fin declarado de gestar una nueva pareja. El amor humano, y por ende el conyugal no precisa tanto espectáculo, sino todo lo contrario.