¿Qué relación guardan el acto de consumo, cierto sector de la narrativa contemporánea española y la liberación sexual? La esquizofrenia de la experiencia, vaya: la angustia producida por el deseo de tomar parte en el máximo de estilos de vida como sea posible. El horror hacia la relación unilateral.
De Óscar Gual a Fernández Mallo. De Peio H. Riaño a Mercedes Cebrián. De Manuel Vilas a Juan Manuel Gil. La narrativa contemporánea española participa de la misma esquizofrenia de la experiencia que caracteriza el capitalismo de ficción, empeñado como está en «la importancia teatral de las personas» (Vicente Verdú). Es decir, mientras que a través de las Trade Marks, el consumidor está en disposición plena de acceder a la «autenticidad inauténtica» término de Joshua Glenn que Fernández Porta trae a colación en su reciente Homo Sampler, por la cual cambiar el way of life se hace tan sencillo como cambiar de restaurante de comida étnica o patrón de camisa; el narrador mutante a caballo entre el relato y la novela decide arrojarse a la preparación de múltiples e inconexas piezas por breves lapsos de espacio, angustiado, cómo no, por la infinidad de posibilidades a la que el imaginario urbano lo somete. He aquí, entonces, el eslogan: Sélo todo a la vez (¡y no te olvides de pagar por ello!) O como Foster Wallace ese sociólogo de primer orden ilustra en La broma infinita: «le fue imposible distraerse con el teleordenador, porque era incapaz de seguir una de las películas más que unos pocos segundos. En el momento exacto en que se reconocía lo que había en un cartucho, tenía una sensación de gran ansiedad de que había algo más entretenido en otra cinta y que él se lo estaba perdiendo potencialmente.».
No deja de ser una paradoja que buena parte de los autores mentados salvo en la excepción Vilas, en donde el significado ideológico circunscrito a su obra descansa en un amable limbo que ha dado como resultado horas y horas de debates: La eterna pregunta, «¿es el zaragozano un integrado, o no?» y otros tantos pertenecientes a la misma generación, empleen el Fragmento como arma combativa contra la sociedad de consumo; i.e, el proyecto de corte crítico y político Odio Barcelona, el libro misceláneo El malestar al alcance de todos, de Mercedes Cebrián (véanse también sus columnas Consumidora Pro Nobis en Público); o la suerte de alegato contra la alienación en las grandes ciudades contemporáneas que supone Circular 07 (Vicente Luis Mora). En términos ideológicos, el Fragmento o la incapacidad para escribir largo responde a esa idea que Beigbeder, con su peculiar estilo aforístico, anuncia en una entrevista para Página 2: «Vivimos en plena época de Zapping, de instantaneidad, y hoy en día muy pocas cosas duran mucho tiempo»; y entronca con todo lo bueno o malo que pueda desprenderse del liberalismo económico y su deriva sexual. Y de nuevo, Foster Wallace; en su relato El neón de siempre (Extinción), el protagonista admite la apatía que le causa el hecho de acumular relaciones sexuales casi como si de un acto reflejo se tratara.
Como corolario, qué mejor que recabar en las palabras que Baudrillard dedica en América a esta esquizofrenia de la experiencia: «En el corazón de la riqueza y la liberación, siempre se plantea la misma pregunta: What are you doing after the orgy? ¿Qué hacer cuando todo está disponible, el sexo, las flores, los estereotipos de la vida y la muerte? Este es el problema de América y, a través suyo, del mundo entero.» Chapeau, Jean.
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