Un Estado dentro de un Estado

Con el ex presidente ruso Vladimir Putin los ex KGB han vuelto a obtener una importante cuota de poder que parece que por mucho tiempo no van a perder.

1992. Un ex espía del KGB camina lentamente por las calles de Leningrado, Rusia, pensando qué sucederá con él luego de que Boris Yeltsin ha asumido la presidencia de su país. Él, Vladimir Putin, sólo sabe que el nuevo jefe del Estado ha prometido desmantelar su ex servicio secreto en varias organizaciones para quitarle todo el poder que poseía antes de la caída del régimen soviético.

Siete años después, él ya no es lo que era. Se ha reacomodado al frente del organismo que sustituyo a su antiguo servicio, el FSB (Servicio Federal de Investigaciones), y Yeltsin le ha comunicado que pasará a ser presidente ruso por sus problemas de salud hasta que haya nuevas elecciones. Su primer gran desafío es obtener una victoria en la segunda guerra contra los separatistas chechenos, que derrotaron en la primera a las fuerzas rusas.

Luego de una ardua pelea, Putin consigue ganar en este conflicto y recibe un elevado apoyo popular, según el presidente del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES) de España, Manuel Comas. “Hay gravísimas sospechas de que los atentados atribuidos a los separatistas hayan sido obra de agencias de inteligencia para justificar la guerra, que llevó el nivel de su imagen por las nubes”, asegura el también analista de seguridad y defensa y columnista del diario ibérico La Razón.

A partir de allí, el ex espía pasó de ser primer ministro a presidente interino y en 2000 a ganar las elecciones a ese cargo. “Desde ese momento él ha devuelto a los hombres del KGB la pujanza y el prestigio como 'guardianes del Estado' que habían, de alguna manera, perdido durante los 90”, sostiene el corresponsal en Rusia del diario español El Mundo, Daniel Utrilla. Lo que hizo, según él, para hacer esto fue primero reunificar durante 2003 en el FSB todos los servicios a los que había desmembrado Yeltsin la antigua agencia.

“Cuando se desintegró la URSS en 1991 se quebró todo un sistema pero, sin embargo, los servicios secretos siguieron siendo en cierto modo la 'médula espinal' del dinosaurio extinguido, y en torno a ella Putin ha logrado reorganizar el Estado centralizado y la verticalidad del poder”, sostiene Utrilla. Él pone, como ejemplo de este apoyo, la decisión del Gobierno ruso “de poner en 2001 al FSB al frente de las operaciones contra los guerrilleros chechenos en la que también obtuvieron una victoria debido a que mataron a sus principales líderes”.

Por otro lado, el corresponsal, además, sostiene que Putin no sólo ha devuelto poder a las agencias de inteligencia sino que desde que ha llegado se encargó de poner en puestos claves a sus antiguos colaboradores. “Entre los mejor posicionados se destacan Serguei Ivanov (viceprimer ministro encargado del complejo industrial militar), Igor Sechin (vicejefe de la Administración presidencial y jefe de la petrolera Rosneft), Viktor Ivanov (jefe de personal del Kremlin, director de Aeroflot y de la fábrica de armas Almaz-Antei) y Rashid Nurgaliev (ministro de Interior)”, afirma el periodista.

En cambio, Matías Battaglia, encargado del Observatorio sobre Rusia del Centro Argentino de Estudios Internacionales (CAEI), expresa que los ex KGBs siempre se mantuvieron en actividad en los 90. “Lo que resulta más probable es que en todo caso en esa época hayan dedicado sus esfuerzos en evitar que la desarticulación de su ex agencia se tradujera en una pérdida de poder para ellos”, opina él aunque también remarca que muchos debieron “diversificar sus tareas pasando al sector privado”, como especialistas en seguridad o empresarios.

El argumento para decir esto, según él, “es que a los espías no se los puede despedir, lo que saben y sus influencias no desaparecen y eso es lo que sucedió cuando Yeltsin logró establecer jerarquías políticas y ellos volvieron a pelear por recuperar su lugar”. Además el especialista asegura: “queda en claro que no hubo una “desaparición” de éstos de la escena política pero sí una redefinición de estrategias ante el crecimiento del poder de la nueva clase político económica, los Oligarcas”. Esta clase es a la que más hostigado Putin desde que asumió el poder y a la que echó de las empresas más poderosas de Rusia, salvo en pocos casos.

Ahora, con él como primer ministro y su alfil, Dimitriv Medvedev, ex KGB y presidente de la empresa de gas estatal Gazprom, como nuevo presidente, según la socióloga rusa Olga Krishtanovskaya , han logrado que el 78% de los miembros del poder mantengan lazos con los servicios secretos.

“Con el posicionamiento internacional de Rusia debido a sus recursos naturales, el Gobierno pasó a tener una política más nacionalista y confrontativa para posicionar al país como el Gran Poder, esta vez no global sino regional, lo que necesita de las más amplias capacidades funcionales de las agencias de inteligencia”, es la conclusión con que cierra Battaglia sobre un tema tan interesante como desconocido.

El caso que puso los ojos sobre la nueva KGB

Uno de los casos que puso en el ojo de la tormenta la relación del sustituto de el KGB, el FSB, ocurrió durante 2006 cuando el ex agente y disidente ruso Alexander Litvinenko fue envenado con polonio radiactivo y murió. Según las autoridades británicas, el asesinato fue realizado por el también ex agente y actual legislador ruso Andrei Lugovoi pero las autoridades del Kremlin negaron su extradición y culparon de la autoría al empresario opositor Boris Berezovski.

Según Manuel Coma del GEES, lo que estaba Litvinenko realizando “era, por motu propio o comprado por Berezovsky, investigar asuntos sucios del Gobierno de Putin”. “Él indagaba en ese momento sobre la autoría de los atentados contra viviendas en Moscú y otras ciudades rusas que se le atribuyeron a los separatistas chechenos y justificaron la segunda guerra contra la región, la que elevó la popularidad de Putin. Sobre estos hechos hay graves sospechas que hayan sido realizados por el FSB”, sostiene él.

Matias Battaglia del CAEI, por su parte, abona la teoría de que el asesinato puede haber sido producto de una interna en el FSB por sus características aunque señala: “también puede ser que él contará con información secreta que pudiera comprometer al Kremlin y supiera las conexiones del actual primer ministro con los Oligarcas durante su presidencia con los que primero tuvo una buena relación y después luchó por el poder”.

En cambio, el corresponsal en Moscú Daniel Utrilla no cree que “ Putin haya dado la orden de matar a Livtinenko”. “Parece más probable que alguna facción del FSB haya actuado bajo su propio riesgo y cuenta. Uno de los dogmas de los servicios secretos es que “el traidor debe morir” y Livtinenko era considerado eso desde que en 1998 acusó a sus jefes en una rueda de prensa de haberle encargado matar al oligarca Berezovski.”, afirma el periodista de El Mundo.