La historia del fútbol ruso se ha escrito siempre en cinco letras, las de su grandiosa capital, Moscú. Desde que en 1992 se creara la actual Premier, abanderada de la nueva Rusia tras su diferentes conflictos independentistas, sólo el Alania Vladikavkaz (empatando a puntos con el Spartak) y el Zenit de St.Petersburgo, habían destronado el poder de la gigantesca urbe. Ahora, cuando el mercado ha ampliado horizontes y ha generado una mayor capacidad económica por parte de equipos casi secundarios, las fuerzas se han igualado, el campeonato ha ganado en competitividad y las sorpresas se han multiplicado. Aprovechando dicha concatenación y explotando un estupendo inicio de campaña, el semi-desconocido Rubin Kazan se ha proclamado campeón liguero.
Sería muy injusto pero no por ello realista, no apuntar una serie de factores que han beneficiado enormemente su gran temporada. El Zenit, actual campeón y mejor equipo del país por proyecto, plantilla y perspectiva de futuro, dejó de lado el campeonato cuando disputó la pasada final de la Copa UEFA. Los de Advocaat se negaron a jugar hasta seis partidos ligueros para tener descanso extra de cara a la final europea que acabarían ganando. Al regresar a competición, disputaron una media de cuatro partidos cada diez días. Contando con que muchos de sus jugadores venían de disputar la Eurocopa a gran nivel pero también con gran desgaste, fue imposible para ellos regresar a la plaza principal.
Otros candidatos serios como CSKA, pagaron muy cara su falta de intensidad en las jornadas iniciales, donde se desencadenaron muchas dudas que propiciaron un giro en el proyecto. Gazzaev se marcha este año, pero por el camino abrieron la puerta a sus estrellas brasileñas pues Jo, Dudú o Daniel Carvalho, dejaron el Luzhniki. El Spartak nunca se encontró cómodo y tras verse obligado a cesar a su técnico y confiar en Michael Laudrup, todo empezaba desde cero (y sin Pavlyuchenko). Sólo el Dinamo aguantó el tirón inicial antes de venirse abajo con la venta de Danny al Zenit.Pese a todo, la diferencia final ha sido abismal como demuestran las tres jornadas que aún restan para el final del campeonato.
Con todos esos factores de cara y sabiendo almacenar una gran renta de puntos en las primeras jornadas, el sorprendente Rubin Kazan se hizo un hueco que fue puliendo semana a semana sin ceder. Con resultados cortos y siendo muy práctico en la mayoría de sus enfrentamientos, ganó el crédito suficiente como para dejar en una heroicidad una posible remontada de alguno de sus perseguidores. Esto, teniendo en cuenta que hace sólo seis años que lograron el ascenso al primer escalón del fútbol ex soviético, exalta su brillantez. El nuevo campeón no brilla en calidad e ignora las estrellas del resto para sacar lo mejor de un colectivo sobrio, dotado de mucho carácter y con un trabajo recalcado como telón de fondo. Algo que contrasta significativamente con la actual camada del fútbol ruso.
Sobre el césped del estadio del Saturn, en Ramenskoe (donde curiosamente el pasado año pasado también se decidió el título del Zenit), el Rubin mostró una vez más sus armas. Siempre juega con un solo punta a domicilio y con dos como local, rodeándoles de hasta cinco centrocampistas siendo dos de ellos grandes llegadores (o delanteros retrasados). La defensa, siempre de cuatro y compacta entre el mediocentro destructor, ha sido casi inalterable a lo largo del año y, quizás, su mayor logro colectivo. No es un equipo rápido, carece de creatividad y descaro, pero la consistencia de su zaga y la pegada general, ha permitido el éxito sin un goleador consumado. Eso sí, el momento de estrenar palmarés es ideal pues están en pleno 50 aniversario y llegarán a la Champions en un momento dulce.
La mayor curiosidad del Rubin es que a pesar de que los jugadores rusos han demostrado en los últimos meses el estar a un nivel altísimo (reflejándolo en la Eurocopa), éstos no abundan en su vestuario. Sólo Semak, internacional consagrado y fijo para Hiddink, tiene ese honor y ejemplifica el nuevo talante del jugador ruso. El resto de la plantilla tiene un singular toque de exotismo. Hombres importantes para el título, como Noboa, Kabze o Ansaldi, son ecuatorianos, turcos o argentinos. Pero hay más. Georgianos como Kvirkvelia, ucranianos como el mítico Rebrov, serbios como el incombustible Savo Milosevic (autor de gol del definitivo), sudafricanos como Sibaya y hasta un uzbeco como Fyodorov, dan una idea del origen cosmopolita del campeón.
Esta dinámica se traslada incluso al banquillo, que se expresa en turcomano, ya que el general Kurban Berdyyev es natural de Turkmenistán. Sin duda, Kazan, en el corazón del Volga, donde perviven más de 70 nacionalidades, ha trasladado esa peculiaridad al nuevo Zar que, desde luego, no habla ruso ni se comporta como tal.
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