La Máquina de Matar

El Sociociólogo alemán Zygmunt Bauman en su libro 'Modernidad y Holocausto', afirmaba que la modernidad en su punto más alto nos había llevado al holocausto nazi. Esa modernidad del mundo occidental en la que la burocracia es su máxima expresión y todo se razona en función del beneficio y el rendimiento óptimo en busca de un fin concreto. En Colombia, al igual que en la Alemania del holocausto, desde la llegada del Presidente Uribe se introdujo la deshumanización del enemigo judío, en este caso las FARC y, como herramientas para ello, se hizo uso de la estadística y la burocracia. Se les exigieron números a las fuerzas armadas para demostrar con cifras que la guerra era un éxito y fue creado todo un aparato burocrático para maximizar el rendimiento del dinero invertido, traducido en bajas del enemigo.

Francisco Santos, actual Ministro de Defensa, junto a la cúpula del ejército de Colombia

En noviembre del 2005, el entonces ministro de defensa colombiano y actual embajador ante la OEA Camilo Ospina, hacia efectivo el memorando 029 para las fuerzas militares. En este memorando, los militares eran premiados con dinero y vacaciones por las bajas de guerrilleros realizadas en combate.

Tras cumplirse tres años de esta práctica sistemática dentro de las Fuerzas Armadas Colombianas, se descubre su fin último y la maquina de matar que se había construido. Según el fiscal general de la nación Mario Iguarán, durante el último año "son más de 1.000 las desapariciones forzadas"causadas por la fuerza pública en lo que se ha denominado en el país como "falsos positivos". Es decir, asesinatos de civiles por parte de los militares haciéndolos pasar por guerrilleros.

Para el columnista de 'El Espectador', Felipe Zuleta, las recompensas por bajas entregadas por el Ministerio de Defensa colombiano a los miembros de las fuerzas militares colombianas se encontraban en una escala que comprendían desde los 3,6 millones de pesos a los 5.000 millones (de 1.500 a 2 millones de euros). De modo, que por cada "guerrillero" dado de baja se hacían pagos de 1.500 euros a soldados profesionales o policías y en caso de que fuera un comandante, como el caso de Iván Ríos, del que su asesino sólo entrego una mano a las autoridades, la recompensa ascendería a millones de euros.

Desde luego, con un pastel tan suculento era fácil ver lo que sucedería. Mientras los medios de comunicación, el gobierno y los generales de la república hacían alarde de los triunfos militares ante las FARC, dedicando horas y horas a hablar de los miles de desertores de la guerrilla y las bajas propinadas por las fuerzas militares, la población civil era objeto de desapariciones forzadas por parte de los militares para ganar vacaciones o miles de euros. Era lógico, pues: con tantas bajas, ¿cómo es posible que la guerrilla no haya desaparecido? Y, sobre todo, ¿cómo no se ha acabado el conflicto?.

El escándalo salta ahora a los medios por la desaparición de 20 chicos de uno de los barrios periféricos de Bogotá y que luego fueron presentados por los militares como dados de baja en combate y con uniformes de la guerrilla. Esto ha obligado al gobierno a darse un lavado de cara destituyendo a 25 militares, pero como se dice por los mentideros colombianos, si Uribe ha tomado esta decisión es porque lo que hemos visto hasta ahora es solo la punta del iceberg.

Para retomar a Bauman, la burocracia a través de la especialización, jerarquización y traspasos morales de los funcionarios a sus superiores nos ha mostrado solamente el trabajo bien hecho en aras de la deshumanización de la guerra en Colombia. Desde luego, está tocando techo, y cabe preguntarse si esto se ha hecho visible porque sucedió en la capital del país, ¿qué nos espera por ver cuando comiencen las investigaciones en las zonas rurales donde no hay presencia estatal?