El hotel de silicio

Hace no muchos años los ordenadores disponían de unos pocos megabytes de memoria. Cuesta creerlo y más aún si observamos la memoria extraíble de varios gigabytes modelo llavero que cuelga de nuestro puerto USB. En efecto, la tecnología avanza cada día y parece no tener límites. Pero, ¿Seguro que no tiene límites? Pasen a conocer el hotel del silicio.

El arquitecto Fotodio y el empresario Bartolomé llevaban mucho tiempo discutiendo acerca de un proyecto, el cual consistía en construir un hotel de silicio en la costa del mar de Electria. Los dos coincidían en que aquellas vistas al mar Electria, representaban el paisaje más bello que cualquier persona podía ver en el mundo. Creían firmemente en el proyecto y no sin poca discusión propia de estos grandes desembolsos económicos, empezaron a construir el hotel en primera línea de costa (respetando todas las leyes, claro).

Construyeron el hotel de silicio en un terreno que no les permitiría crecer en extensión en un futuro, y sólo la mitad del hotel estaba orientado al mar. Para ofrecer la misma calidad de servicio a todos los clientes decidieron que las habitaciones no tendrían directamente vistas al paisaje. Los huéspedes si quisieran disfrutar del paisaje tendrían que salir por los pasillos y acceder a las ventanas. Construyeron habitaciones amplias y accesos a las ventanas muy cómodos. Además, había tantas ventanas como habitaciones, por lo que los huéspedes tenían siempre accesible la belleza del mar Electria.

Fotodio y Bartolomé no se equivocaron: era tan bello el paisaje que obtuvieron un éxito arrollador y, a pesar de la crisis, cada vez mas gente quería hospedarse en el hotel. Las peticiones que recibía Bartolomé superaban la capacidad de acogida, por lo que pidió a Fotodio que rediseñase la distribución del hotel para poder recibir a mas gente. Fotodio se puso en marcha, y rápidamente estrechó los pasillos y doblegó el número de habitaciones reduciendo su tamaño a la mitad. Lo único que no cambió fue el número de ventanas, algo que los dos socios decidieron que nunca iban a cambiar, pues es lo que daba calidad a su servicio. Por haber más habitaciones (y por tanto huéspedes) que ventanas, tuvieron que proponer un sistema de turnos para mirar por ellas. A pesar de los turnos, la demanda seguía creciendo y creciendo, y Bartolomé pedía cada semana a Fotodio que reestructurase el hotel para  acoger cada vez a más gente.

Pasado un tiempo Fotodio y Bartolomé se encontraron con el primer problema grave: los pasillos eran tan estrechos que no cabían dos personas a la vez por ellos. Para solucionarlo, impusieron turnos para salir a los pasillos y dividieron el pasillo en 3 pisos por lo que, agachados, el triple de huéspedes podría circular al mismo tiempo. Todos estos cambios volvieron el diseño tan complejo que Bartolomé nunca se atrevió más a entrar al hotel, pues dentro se perdería. Fotodio aplicaba algoritmos cada vez más y más complicados para la redistribución de las habitaciones y pasillos. Dicen los marinos que observaban el hotel desde el mar, que era tanta la gente que había en el hotel y que eran tan cortos los turnos para utilizar los miradores que ya no se distinguían las caras en las ventanas.

Era un hotel increíble. Fotodio y Bartolomé se hicieron multimillonarios y el hotel seguía y seguía progresando hasta que un día… todos los huéspedes salieron del hotel. Enfadados, exigiendo su dinero pagado, se agolparon todos a pedir cuentas a los dos socios que abrumados intentaban reaccionar.

¿Cuál había sido el motivo de tal repentino desencanto de los clientes?  Fotodio tan metódico en su trabajo, no se percató de que en el último diseño había hecho las habitaciones tan pequeñas que los huéspedes no cabían en ellas ni siquiera de pie.