Estos días, el llamado síndrome postvacacional lo invade todo. La prensa nos atosiga con insulsos y cansinos reportajes sobre la vuelta al cole, la vuelta al trabajo, taitantos consejos para evitar el síndrome postvacacional... los psicólogos de este país deben de odiar el mes de septiembre, no sólo por el hecho de volver a trabajar sino por los reportajes de conveniencia en los que deben salir diciendo las pautas a seguir para que la vuelta al trabajo no se convierta en motivo de suicidio.
Viñeta de El Roto, publicada en El País.
Es curioso cómo cada año que pasa, la ansiedad por la vuelta a la actividad laboral está más normalizada. Lo que hace hasta apenas unos años simplemente era la jodienda de tener que volver a currar ahora lleva implícito todo un proceso de identificación del problema, aceptación y adecuación al mismo. También es curioso cómo, en este estilo de vida en el que no se nos permite sentir por nosotros mismos y todo se nos da hecho y requetemasticado, nos adaptamos a los nuevos trastornos que nos imponen sin problema y empezamos a hablar del síndrome postvacacional cuando a lo mejor ni siquiera le hemos visto aún las orejas al lobo. En esto el factor psicológico influye y mucho: por aquí he puesto varias veces un estudio que, aunque podría ser un poco corporativista (por ser de un periódico de izquierdas), cuanto menos resultaba interesante, ya que aseguraba que, a pesar de que todo el mundo se queja actualmente de la crisis cuando le preguntan, en realidad son muy pocos los que verdaderamente la están notando en el bolsillo. Con el síndrome postavacional podría suceder algo parecido, y es que todos conocemos a varios compañeros de trabajo que lamentan lo cortas que han sido sus vacaciones cuando, en realidad, la última semana les ha sobrado por completo.
Por otro lado, también sería interesante analizar qué motivos han provocado que lleguemos a esta situación en que el síndrome postvacacional se convierte en lo más comentado del mes de septiembre. Tras un duro año de trabajo, las vacaciones siempre han sido vistas como un merecido período de relajación y de descanso. Sin embargo, lo que en un principio comenzó siendo relajación y descanso a día de hoy es una situación de coma profundo por parte de los ciudadanos. Y es que una cosa es bajar considerablemente el ritmo y olvidar según qué obligaciones durante un tiempo y otra muy distinta es apagar el botoncito que nos mantiene como ciudadanos activos y convertirnos en meras maquinitas embutidas en un bañador y sombrilla al hombro en busca de un minúsculo habitáculo junto a otros miles de cadáveres andantes. Y claro, así pasa, que si durante un mes lo más complicado y elaborado que hacemos a lo largo del día es investigar en qué sitio de la mochila guardamos el móvil para que no nos lo roben mientras nos remojamos el culo, es evidente que la vuelta al trabajo -un trabajo que, en principio, no debería disgustarnos del todo- se convierte en un motivo de suicidio más que comprensible.
De este período de coma ciudadano profundo somos testigos todos. Los medios de comunicación les traemos estúpidos reportajes sobre el helado o la canción del verano, los chiringuitos de la playa o las fiestas populares en las que un grupo de neanderthales corren detrás de una vaquilla para tirarle del rabo o sepa Dios qué otras sandeces más. Los políticos, por su parte, ni se molestan en actuar ni hacer nada. Para qué, si a nadie le va a importar un pimiento. Aunque, visto de otro modo, el día que se paren a recapacitar se darán cuenta de que ésta es la mejor época del año para tomar decisiones; será entonces cuando cada mes de agosto las empresas bajen los sueldos y los gobiernos legalicen recalificaciones ilegales, invadan Georgia o se pregunten si el estado feudal era tan malo como se decía o en realidad sólo tuvo mala prensa.
De todos modos, este año las vacaciones deberían durar, al menos, 15 diítas más. Y es que los insensibles de los políticos y los periodistas llevamos ya dos semanitas castigando las torturadas y adormecidas mentes con el accidente de Barajas y sepa Dios si un cerebro veraneante es capaz de asimilar tantísimos y tan interesantes y rigurosos datos publicados.
Así que, los que se sientan aludidos, ya saben: en cuanto hagan una escapadita para desayunar acudan a la oficina de la Seguridad Social más cercana y reclamen sus 15 días extra de vacaciones. Que se los han ganado a pulso, hombre.
P.D.: Los parados no tendrán mucho síndrome postvacacional, ¿no? Y en el Sáhara yo creo que tampoco. Jo, eso sí que es vida.
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