¿Quién se acuerda hoy de la represión en el Tibet?
Nido de pájaro, la arquitectura al servicio del poder
Hace sólo cinco meses, decenas de personas eran arrestadas en el Tíbet y alrededor de un centenar -nunca sabremos la cifra- morían en los mal llamados disturbios. China se convirtió, a los ojos de la opinión pública en un ogro que devoraba sin piedad a su pobres y maltratados ciudadanos (¿o debería decir súbditos?). Poco después, el accidentado recorrido de la antorcha olímpica abría informativos y era portada de periódicos. Los dirigentes occidentales protestaban y amenazaban con no asistir a la ceremonia de inauguración de los juegos. Hubo quien pidió el boicot, la anulación de las olimpiadas.
Todo esto, por supuesto, es el pasado. Cinco meses pueden ser una eternidad; en medio año un país puede cambiar varias veces de aliados, puede firmar contratos multimillonarios; sus gobernantes pueden cambiar, pueden incluso cambiar de opinión, pueden arrepentirse de sus palabras y gestos, pueden llamar a Pekín y decir Oye es lo que me tocaba hacer, pero tranquilo, todo pasa; en cinco meses todo puede cambiar. Como siempre, a peor.
Hoy han terminado lo Juegos Olímpicos y ya nadie habla del Tibet; muy pocos de la escasa libertad de presa, de la limpieza a la que se ha sometido Pekín, de los centenares, si no miles, de personas expulsadas de sus casas para construir megalómanos estadios, de los fusilamientos, de los campos de concentración. Nadie, en definitiva, recuerda que China es una dictadura.
Sólo importan las medallas conseguidas por los deportistas que en su camiseta llevan la bandera española, (hayan nacido o no en España; el inmigrante normal es escoria, el deportista se merece la nacionalización; pero esto es otra historia), de un nadador estadounidense, de un jamaicano al que todo el mundo envidia.
Hace cinco meses los juegos olímpicos estaban empañados de política, hoy ya son sólo deporte. Hay a quien le parece bien. A mí, no.
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