Estos juegos olímpicos nos están dejando imágenes de todo tipo, tanto deportivas como humanas. Mucho se habla de la sana competitividad, de la deportividad, del espíritu de superación de un sinfín de adjetivos que elogian a los participantes olímpicos más allá de sus hazañas deportivas. Hay reacciones en los que todos, o casi todos, estamos de acuerdo. Que recibir una medalla y tirarla al suelo, como hizo el sueco Ara Abrahamian, es un signo de falta de educación y respeto. Que no hay que darle una patada al árbitro, como ha hecho el taekwondista cubano Ángel Valodia Matos, cuando no nos gusta su decisión, no resulta muy deportivo. Sobre si Usain Bolt es prepotente con respecto a sus compañeros, ahí ya hay debate.
Más allá de los casos extremos, hay reacciones más humanas y estos juegos nos han traído dos ejemplos opuestos por parte de deportistas españoles. Primero, la atleta Marta Domínguez. Iba bien clasificada para obtener un buen puesto en la carrera de 3.000 metros obstáculos cuando tropezó con una valla y quedó medio grogui en la pista. Apenas pudo levantarse y dar cuatro pasos tambaleantes cuando calló, definitivamente, al suelo. Su reacción ante los medios de comunicación fue una amplia sonrisa, una explicación y un optimismo dignos de alguien que sabe competir. Y cuando veía las imágenes de su propia caída no pudo evitar reírse de ella misma. 'Me da la risa del golpe', comentó ante las cámaras.
La reacción del taekwondista Juan Antonio Ramos en su derrota en la pelea por la medalla de bronce fue muy diferente. En Atenas 2004, este deportista barcelonés quedó en cuarta posición y en Beijing aspiraba a superar este resultado. Al no conseguirlo su reacción ante los medios de comunicación fue de absoluta decepción y enfado consigo mismo. Furioso, habló de que su resultado era un fracaso, que nadie se acordaba de los cuartos puestos y que 'la vida es una mierda'.
Todos los deportistas y más cuando compiten a alto nivel luchan por ganar, se preparan durante años para ello y perder es un fracaso. Nos quitamos el sombrero ante la reacción de Marta. Podemos ponernos en el lugar de Juan Antonio y entender su decepción. Pero, ¿no sería mejor que la guardara para cuando estuviera en el vestuario?
Su comportamiento o sus reacciones no hacen mejor a un deportista pero, seguramente, lo hacen más grande.
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