Como cantaron Manolo y Genís de Astrud en plena calle de Benicàssim en agosto de 2004, el FIB es el festival más chulo que hay. En dos de sus acepciones: la de fresco-audaz y la de presumido-atrevido, casi en el sentido castizo. Pese a la guerra de festivales y el descenso en la asistencia de público, este año lo ha vuelto a demostrar. Porque es una chulería atrevida y muy madrileño-leonesa juntar en el mismo escenario, el mismo día y de forma consecutiva, a Leonard Cohen, Enrique Morente y Morrissey aunque este último, a mi juicio, pinchara- y porque se me ocurren pocas cosas más frescas y audaces que conciertos como los que ofrecieron Facto Delafé y Las Flores Azules, Battles o El Guincho.
Para mí ha sido el FIB de la histórica actuación de Leonard Cohen, con ese saludo sombrero en mano y una media sonrisa llena de leyenda y de agradecimiento, de los momentos perturbadores de Morente y Lagartija Nick y de su profanación flamenca del Escenario Verde, de la zozobra emocional vomitada por My Bloody Valentine, del reencuentro con la Siouxsie más elegante y con los New York Dolls más punkrockeros, de la confirmación de grandes hallazgos como These New Puritans o del bailoteo más hedonista con Róisín Murphy y Mika.
Y, en especial, ha sido el año de nuestros grupos, del carpetazo definitivo al falso e infundado soniquete sobre su pequeñez. Ha habido diferentes pruebas de fuego, que de poco nos abrasan. Facto Delafé y Las Flores Azules se descolgaron con un concierto sencillamente memorable, desbordante de empatía y complicidad. La Casa Azul proclamó su revolución sexual ante miles de devotos que la bailaron y la sudaron, y puede que incluso la practicaran. El Ghincho nos llevó de viaje lisérgico y salvaje. Y Single dieron una clase de clase. Para próximas ediciones va a ser difícil de entender que algunas de esas bandas no sean programadas en mejores horarios o escenarios, aunque el ejemplo de Belle & Sebastian (nada que ver el concierto de 2001 en la carpa con el de 2004 en el Escenario Verde) da que pensar. Quizás sea mejor dejar que las cosas surjan espontáneamente como este año.
Y, sin duda, el XIV Festival Internacional de Benicàssim ha sido el de la autodestructiva guerra de los festivales (que según las cifras oficiales ha ganado de calle al Summercase), acechado por la crisis económica, cada vez con más ingleses y menos españoles y con menos afluencia de público que otros años. Pero, lejos de ser un inconveniente, esto último ha provocado que todo fuera más cómodo: menos aglomeraciones en el Escenario Verde (por primera vez en una década era relativamente fácil disfrutar de un concierto en primera fila), menos colas para acceder al recinto, para las barras, para comer y para los baños.
Un último apunte general: el sonido. Mientras que en las carpas sigue siendo por lo general excelente, lo del Escenario Verde no se alcanza a comprender después de tantos años en el mismo recinto. La mayoría de conciertos suenan como una bola de bombo y bajo, atravesada por algunas guitarras estridentes y voces exageradamente predominantes, llegando a estropear por momentos actuaciones como las de Morrissey, Siouxsie o Black Lips.
A continuación, lo que me han parecido las principales actuaciones del FIB 2008 que he podido ver, teniendo en cuenta que el sábado no estuve por causa de fuerza mayor: Bruce Springsteen & The E Street Band en el Camp Nou. Sería absurdo no reconocer que algunos los he visto claramente sugestionado. Otros, en especial los primeros de la lista, me sorprendieron por completo.
Leonard Cohen y Morente Omega con Lagartija Nick. El encuentro cósmico.
Para entender el significado profundo del encuentro de Leonard Cohen y Enrique Morente en el FIB lo mejor es leerse el fantástico reportaje de Lino Portela con fotos de Ángel Sánchez. Pero sin conocer los pormenores de esa conexión casi cósmica entre los dos genios de la música y la poesía, sólo con algunos gestos y, sobre todo, con sus actuaciones sobre el Escenario Verde, se entendió todo. Las versiones, más bien reinterpretaciones, de Omega (Hallelujah o First we take Manhattan) hicieron de puente entre dos conceptos muy distintos de transmitir emociones y, al mismo tiempo, íntimamente conectados.
Leonard Cohen cantó bajo y grave, la batería sonaba arenosa, con escobilla, todos los instrumentos estaban en su sitio. Todas las canciones sonaron en su sitio. El concierto lució con la claridad y la serenidad del día. Sin poses, sin alharacas. Elegante. Puro contenido, 100% molla. Un poeta de 73 años, con su chaleco y su sombrero, se puso a desgranar sus poemas atemporales, trascendentes, en el mismo escenario donde horas antes y horas después se volvería a lo urgente. Y al mismo tiempo todas las canciones fueron tan reconocibles y tan cercanas, tan pertinentes
Fue un concierto especial. Muy especial. Como una oportunidad única, y casi última, de poder disfrutar en directo de una leyenda de la música contemporánea y, encima, con toda su dignidad. Porque no recuerdo sobre un escenario un gesto más digno y auténticamente emocionante que el del viejo poeta canadiense llevándose su sombrero al pecho e inclinándose con una luminosa sonrisa para agradecer la sincera aclamación del público.
Y después llega Enrique Morente y saca a todo su clan para llenar el Escenario Verde -sí el de la purpurina y la sofisticación- de palmas y quejíos. Parecía una breve introducción hasta que irrumpiera Lagartija Nick para interpretar las canciones de Omega, pero el sarao flamenco que montaron los granadinos, incluida la aparición de Estrella Morente, se convirtió en un concierto en sí mismo. En una profanación flamenca del FIB, que había tenido sus atisbos el año pasado con Kiko Veneno en una carpa, pero que este año, después de Leonard Cohen y viniendo de Morente, adquiría todo su sentido.
Lo de Morente con Lagartija Nick fue para nota, sobre todo teniendo en cuenta el listón del que partían. Erik marcó el ritmo de la actuación de forma portentosa a la batería y Antonio Arias (qué gran tipo) puso con su guitarra eléctrica el lado siniestro y corrosivo de las canciones de Omega. El resto, lo llenó la voz de Morente. Un disco que cuando salió en 1996 -lo confieso- me dijo poca cosa y que el domingo en el FIB se transformó en el descubrimiento de una sensibilidad extraña, apocalíptica, catártica. Un conciertazo, de los que te agitan.
My Bloody Valentine. Un bello vendaval de ruido.
Estaba con mis amigos en Spiritualized. Me dio rabia porque estaban haciendo un gran concierto, porque no entendía que los hubieran programado a la misma hora. Pero cuando llegó la hora me fui al Escenario Verde. My Bloody Valentine era el grupo que más me apetecía disfrutar del FIB de este año. Los vi solo. Lo primero que me sorprendió fue la poca gente que había frente al escenario. Adelanté posiciones. Empezaron a caer las canciones de esa banda sonora de mis momentos melancólicos que se llama Loveless: Only shallow, When You Sleep, I only said, Soon Sonaban como las había imaginado durante años. Crudas, envueltas de bruma, pero mucho más vigorosas que en el disco, por momentos quizás demasiado.
Casi sin darme cuenta fui avanzando entre el público, hasta que me encaramé a la primera fila. No vi que Kevin Shields, Colm OCiosoig, Belinda Butcher y Deb Googe se cruzaran ni media mirada. Es más, Kevin Shields estaba como ausente, con actitud casi autista, absorto y engullido por su propio ruido. Envuelto y tamizado por las proyecciones abstractas, que generaban la atmósfera idónea para sus canciones. Cerré los ojos y su liturgia de distorsión y susurros me atrapó, me azotó. Sin metáforas, de forma física.
Y entonces llegó la gran traca final. Más de siete minutos de pura mascletà sónica, haciendo crujir el arsenal de amplis y sin dejar de rasgar una de sus múltiples Fender Jaguar. A algunos les pareció excesivo. A mí me abrumó y, como decía la acertada crónica de Carolina León para el Fiber, me purificó.
Facto Delafé y Las Flores Azules. Dale gas, que esto no se pare.
Preveían un bolo divertido e intenso en una entrevista con la nueva televisión del FIB y lo clavaron. Saltó la chispa. Para que un concierto se convierta en algo tan especial han de confluir distintas circunstancias: que el grupo esté en su punto, que el público le tenga ganas, que suene bien, que las canciones fluyan El jueves del FIB se cumplieron todas con Facto Delafé y Las Flores Azules en la carpa Fib Club. Óscar Daniello, Helena Miquel y Marc Barrachina parecían tocados por una barita mágica.
Disfrutaron cantando sus canciones e hicieron disfrutar al público, que nos lo pasamos en grande. Tocaron sus mejores temas de El monstruo de las Ramblas y de La luz de la mañana, mis preferidas (Enero en la playa o Gigante) y hasta la sintonía del programa de radio que escucho todas las tardes que puedo, Disco Grande. Uno de los grupos herederos de la mejor tradición pop de este país (Family, por ejemplo) triunfaron como la Coca-cola ante su público, el del FIB, con sus hermosos paisajes pop dichos a través del hip-hop, a base de imágenes cotidianas, sencillas pero radiantes, y verdades que alivian. Sonaron dulces, y al mismo tiempo enérgicos, bailables, impresionantes.
Óscar estuvo pletórico, dando gas durante todo el concierto, Helena fue la luz que da brillo a las canciones del grupo barcelonés, con esa deliciosa voz que llega a todas partes. Y lo que mejor hicieron: comunicarse y conectar con el público, como demostraron en ese coro unánime de Siento lo mismo por ti. Pero si hasta actualizaron el pasaje de Enero en la playa, en el que España queda en cuartos en la Eurocopa, cambiándolo por Italia. ¡¡¡Manos arriba, esto no es un atraco, esto es una fiesta!!!
Siouxsie. La gran dama punk.
La tengo totalmente mitificada, la verdad; a través de discos, camisetas y chapas. Creo que Siouxsie me habría gustado aunque hubiera hecho un pésimo concierto. Pero no lo hizo. Es más, aunque tuvo altibajos, dejó momentos guapísimos y terminó de forma brillante con el gran single de su último disco Mantaray, Into a Swan. La prueba de que no fue todo autosugestión es que me adelanté para ver el concierto con un amigo que apenas la conocía, que empezó diciéndome que se iba para atrás porque no le molaba y terminó dando botes con Into a Swan y diciéndome que le había parecido la bomba.
Solamente por oír en directo y de su propia voz Christine, Hong Kong Garden o Happy House ya hubiera valido la pena, pero es que además la vi realmente en forma, estilosa, hablándonos en castellano, tan bruja ella. Una pena que los que la acompañen ya no sean The Banshees
New York Dolls. La leyenda.
Otra de las benditas chulerías del FIB. En los primeros 70 inventaron una de las vertientes del rock que más nos apasionan a muchos y que ha marcado a gran cantidad de grupos desde entonces: el punk. Ya no llevan botas de plataforma, ni maquillaje, ni tampoco está Johny Thunders; a penas hay glam, vamos. Pero New York Dolls, resucitados por Morrissey como fan número uno, dieron el viernes del FIB un excelente concierto, lleno de energía y de autenticidad.
David Johansen y Sylvain Sylvain no necesitan desmarcarse de los tópicos punk-roqueros porque fueron ellos los que los pusieron en danza, léase riffs resultones o caras de malo. Y eso debe de quitar mucho peso de encima. Y se notó, porque lo disfrutamos. Curioso: en las primeras posiciones del Escenario Verde estaba media parroquia del Ricoamor de Castellón, donde New York Dolls fueron venerados, flipando con Personality Crisis, con la versión de Piece of my heart de Janis Joplin o con You cant put your arms around a memory de Johny Thunders, mítico miembro fallecido de la banda. Fue una pasada.
Ese mismo viernes, el Escenario Verde remató la jugada con dos conciertos más marca FIB, los de Róisín Murphy y Mika, ambos de lo más divertido y bailongo de este año. La primera estuvo pletórica, con ese estilo disco retro que suena tan actual y bailable. El segundo, con toda su pirotecnia colorista y jugona, incluidos muñecos hinchables gigantes y confeti. Mika ofreció uno de esos conciertos que gustan a propios y extraños, partiendo de 'hits' como Relax, take it easy y haciendo que todo sonara reconocible y digerible.
La Casa Azul. Love is in the air.
Aunque para concierto divertido, también el viernes, el de Guille Milkyway y sus músicos virtuales en pantallas de plasma verticales, esto es, La Casa Azul. Para que nadie tuviera dudas del tipo de concierto que se iba a marcar empezó despachando La revolución sexual. En la abarrotada carpa Fib Club se desató la locura. Sonó a himno y el público la coreó y la bailó como himno. Sin complejos. Gustándose y gustándonos con la música que nos pone. Creo que ese es el gran secreto de La Casa Azul: como los grandes deportistas, hace fácil lo difícil y disfruta con lo que hace.
La actuación fue una concatenación de melodías frenéticas y estribillos redondos, hasta que llegó otro de los momentos más guapos, cuando se marcó esa fantástica versión de Love is in the air. Este tío es un genio. Y acaba de empezar. Aquí se puede ver lo que le pareció a él.
El FIB, en definitiva, volvió a cumplir su misión. Unir a mucha gente de diferente pelaje entorno a la música que nos gusta. Más información del festival en nomepierdoniuna y más vídeos en http://es.youtube.com/user/davisjapo.
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