La leyenda y la práctica diaria defienden que no existe mejor relación entre un animal y el hombre, que la que mantienen el perro y el ser humano. Su inteligencia, capacidad emocional y destreza, hacen del perro un animal perfecto para desarrollar su vida junto al hombre, al que no le valen los cantos del canario, los saltos del gato o el exotismo de la iguana. No es lo mismo. El perro tiene todo. El perro es su fiel amigo.
El Canis lupus familiares (que dirían en latín) es la mascota oficial del hombre, al que siempre ha acompañado en cada civilización hasta domesticarlo perfectamente. Sin embargo, hay algunos ejemplares que se resisten a ser domesticados. Su rebeldía, carácter y excentricidad supera los límites de la paciencia humana. Hace años, exactamente 12, uno de estos caninos pasó por Valencia para hacerse notar. En su corto y sinuoso trayecto por España, dejó una huella inconfundible en el Manzanares, donde insinuó sus partes nobles a toda la grada de un Vicente Calderón (en un 1-4) que lo quería enterrar (previa circuncisión). Ese perrito respondía al nombre de Leandro Machado
El conflictivo delantero brasileño llegó a Mestalla con sólo 20 años, procedente del Internacional de Porto Alegre y dentro de una época en la que por el equipo ché pasaron jugadores con un mismo rol, el de la polémica. Leandro Machado, que pasará siempre a la historia de la Liga como el hombre que se atrevió a mear (perdonen la expresión) al Fondo Sur. Es una lástima que aquella imagen, la primera de muchas, sea el mejor y casi único recuerdo que se le guarde pues sus número como valencianista no fueron nada malos teniendo en cuenta que anotó diez goles en sólo 19 partidos y sin ser titular.
Dentro del césped era un goleador, un delantero de área, de pocos movimientos pero gran remate. Un don con la cabeza, principal medio de subsistencia para sus registros, y una inteligencia en los metros finales, pudo hacer de el un jugador de peso pero había algo que fallaba. Por desgracia, sus deslices fuera del pasto siempre le llevaron por el camino erróneo, muy al estilo de jugadores cuya naturaleza les prohíbe calmar sus nervios por un bien común. Edmundo tenía un clon aunque este a cuatro patas que en sus primeros goles como ché, festejó imitando a un murciélago. Un zoo personificado.
Una docena de equipos más intentaron guiarle pero su talento era incapaz de superar a su aguerrido e impulsivo carácter. Sporting de Lisboa, Tenerife, Flamengo, Dinamo de Kiev, Samta Clara, Querétaro, Ulsan todos vieron la misma versión anodina y plena de desencanto. Capaz de levantar la voz a todo directivo, incorregible en sus salidas de tono y buen amante de la nocturnidad, Leandro tenía los días contados por decreto divino. Una lástima pues llegó incluso a ser internacional con la canarinha, con la que suma un gol.
Ahora, con 32 años y sirviendo con algo más de tranquilidad y relax al modesto Sport Recife brasileño, el castigo a toda una carrera desechada o, al menos, sin explotar todo lo que debería, le ha llegado en forma de lesión. Sólo cuando el final le ha amenazado de cara y sin parpadear, ha sabido reaccionar como el profesional que tuvo escondido, muy alejado del verde. Ha reconocido que no puede dar lo que todos se merecen: No puedo rendir lo que a la directiva, aficionados y prensa les gustaría y por esto no me quiero engañar y prefiero parar mi carrera. Reconoció que sufre tendinitis en las dos rodillas y que no le quedan fuerzas para seguir jugando.
Un final desolador pero previsible que mortifica a un delantero derrochador con sus cualidades, aquellas que pudieron darle mucho más pero las mismas que fueron condenadas por la arrogancia. Lamentable arrogancia.
José David López (Editor Diarios de Fútbol)
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