Hace ya varios meses conocí dos historias deportivas con similares fondos multiculturales que reflejaban a la perfección la entrega y sacrificio que exige el fútbol para llegar hasta un nivel suficientemente competitivo. Una de ellas fue la historia de Masakutsu Sawa, un nipón de habla hispana que triunfa en Perú hasta el punto de que han intentado convencerle de ser internacional andino. La otra (prometo que mi idea fue escribirla justo después de la ya citada), tiene idénticos tintes por su carácter cosmopolita, su acusado apego familiar y la defensa de una bandera que nadie le hubiera cosido al pecho. Es la vida de Sergio Escudero.
Un padre argentino que se decidió a cruzar el charco para seguir su trayectoria futbolística en el Granada de finales de los años 80 y principios de los 90 (aún en Segunda División), fue el mejor ejemplo para un Sergio cuyos pasos iban a seguir un camino semejante. Nació en Granada dentro de un ambiente futbolero muy acusado y con el estadio de Los Cármenes como testigo directo pero la familia tuvo que repetir la experiencia de empezar de cero en otro lugar cuando la carrera de su padre le obligó a partir hacia Japón previo paso por Argentina.
Sin embargo, aquellos meses en suelo sudamericano fueron clave porque su tío, el afamado jugador Osvaldo Escudero, vio en su sobrino a la excusa ideal para motivar su cariño por la pelota. Así, tras regresar del periplo japonés donde Sergio ya había apuntado tener el mismo perfil que sus raíces paternales, su tío le puso en escena dándole entrada en las categorías inferiores del Vélez Sársfield con sólo 8 añitos.
Sus cualidades se fueron explotando mientras su padre se hacía un hueco en el panorama futbolístico japonés (jugó siete años en el país nipón e incluso fue entrenador una vez retirado). Sergio mejoró sobremanera al lado de su tío y fue capaz de colocarse la albiceleste con la selección Sub 15, lo que parecía encaminarle hacia un futuro argento hasta que tuvo que regresar a la potencia asiática.
Fascinado por el gran talento de su chico, los contactos de su padre le dieron rápidamente entrada en el Kashima, y tras un año de transición, el Urawa (actualmente el equipo más fuerte y famoso de Japón), accedió a las propuestas de su progenitor, que había actuado ya previamente en el actual campeón del continente. El 15 de abril de 2005, el trabajo y la dedicación de toda la familia Escudero se vio recompensado cuando el pequeño Sergio debutó en la J League. Tenía 16 años y se convirtió en el segundo futbolista más joven que se estrenaba en la categoría (sólo superado por Morimoto).
Imposibilitado a aventurarse en la Bundesliga (el Urawa se negó a darle la libertad cuando el Stuttgart apareció en su camino), Sergio mejoró a pasos cortos pero bien dirigidos hasta conseguir la ciudadanía japonesa en 2007. En ese momento, su triple nacionalidad (española, argentina y nipona) le abría todas las puertas posibles para dirigir su carrera y se decidió por el país que le dio un nombre en el terreno de juego (generando unas expectativas impensables).
Así, se vistió de samurái en el torneo de Toulon e incluso en el Mundial Sub 20 del pasado año, algo que repetirá en Pekín 2008 con la idea de escribir su nombre en las agendas de los ojeadores europeos. A un paso de cumplir los 20 años, necesita eliminar los titulares ganados por su singular trayectoria y reescribirlos con letras de oro por sus éxitos deportivos. Un paso difícil pero accesible que honraría los esfuerzos de el primer hispano de habla nipona.
José David López (Editor Diarios de Futbol)
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