A las distintas manifestaciones creativas no solo se las diferencia por el soporte como cabría esperar, sino también por los valores que representan en sus obras, y en cómo la crítica los ha interpretado. Observemos el caso del dinero y el capitalismo: mientras que el cine y la música los ha celebrado por todo lo alto (Hollywood, we love you!), la narrativa se mantiene como un último fortín de resistencia a la invasión de los bárbaros. Aunque en la práctica, eso sí, presente simpáticas excepciones de culto.
En un principio sería lícito sostener que las distintas manifestaciones creativas cine, teatro, publicidad, música, literatura, etcétera no se distinguen sino por el mero soporte físico de las ideas. Pero no, no creo que eso sea del todo cierto. Piénsese si no en cómo han tratado el cine y la música rap los valores del capitalismo salvaje, y en cómo lo ha hecho la literatura. Mientras que a las dos primeras manifestaciones (cine y música) no les da ningún tipo de rubor el coqueteo con la faceta más kitsch/ bling-bling de la prosperidad occidental [un ejemplo al filo de lo histriónico: los simpáticos requisitos que el rapero Busta Rhymes pide para su backstage], el caso de la literatura es casi paradigmático. La narrativa apenas vive en situación de autarquía para con el espectáculo. Y lo que es aún más curioso: incluso respecto a aquellas obras contemporáneas que han metido la cabeza en el fondo de la esquizofrenia del libre mercado, la crítica ha dicho con unanimidad que no, que aquello no era sino una clara denuncia al sistema. Tal es el caso de Chuck Palahniuk, Tom Wolfe, Frédéric Beigbeder o Bret Easton Ellis. Pero para ser honestos, American Psycho también admite ser leída como si de la historia de un descacharrante superhombre nietszcheano se tratara. Y sí, he calificado sus peripecias como descacharrantes. (!). A fin de cuentas, ¿no es Pat Bateman un tío guay; cool? ¡Claro que sí! La diferencia estriba en que mientras uno se puede reír con el cine de Takeshi Kitano, hacerlo con Ellis supone la autopista más rápida hacia la deshumanización. ¡Caramba!
Estoy seguro de que a La Rochefoucauld le hubiese encantado ver Casino, de Martin Scorsese. Exactamente me refiero a la parte en la que Sharon Stone dice: «Conseguí que me regalara muchas joyas, una fortuna en joyas», y Joe Pesci replica: «¿Te regaló una fortuna en joyas, cuánto se gastó?», y Sharon: «Creo que deben valer un millón de dólares, quizá más»; y de nuevo Pesci: «¡Ahí lo tienes!, ¿qué quiere decir eso? Un millón de dólares en joyas, ¿te dice eso que está chiflado por ti o no?» Vayamos por partes: 1) en cuanto a la escena de Casino, esta merece ser recordada en la medida que entronca, sin disimulo alguno, el amor con el dinero: la decadencia de Occidente, sí, pero sin posos aleccionadores. Su carácter es más bien fatalista, una celebración del pecado por todo lo alto. Sencillamente es espectacular. Y 2) Por otro lado, si puse en relación al filósofo francés con Scorsese no fue en vano. La Rochefoucauld las tenía bien puestas cuando nada menos que en el siglo XVII ya lanzaba granadas de mano al pensamiento crítico europeo, aún por llegar: El desdén por las riquezas era en los filósofos un deseo oculto de vengar sus méritos de la injusticia que les había hecho la suerte, por medio del desdén de los mismos bienes de los que ella les privaba; era un recurso secreto para preservarse de la ruindad de la pobreza; un camino desviado para alcanzar la consideración que no podían tener por las riquezas. ¡Toma una de pragmatismo, Platón!
Pero, eh, eh; esto no acaba aquí. Sigamos con el particular catálogo de excepcionales intelectuales que no se privan de celebrar el dinero y la ambición. Cioran, por ejemplo, también descreía de la oposición frontal a los bienes pecuniarios y perecederos: «Desconfiad de quienes vuelven la espalda al amor, a la ambición, a la sociedad. Se vengarán de haber renunciado a ello» ¿Y qué hay de Joyce? Fijaos en lo que Mr. Deasy dice a Stephen Dedalus en el Ulises: «Usted no sabe aún lo que es el dinero. Dinero es poder. Cuando haya vivido tanto tiempo como yo. Lo sé, lo sé. Si al menos la juventud lo supiera. Pero ¿qué dice Shakespeare? Echa dinero en tu bolsa.» Por no hablar de Günter Grass, que aparte de soldado filofascista, en su juventud deseó también ser Scott Fitzgerald: «A los trece o catorce años yo albergaba grandes sueños: estaba seguro de que llegaría a ser un artista rico y famoso y conversábamos sobre lo que haríamos entonces: planes maravillosos, viajes...» Tampoco es gratuita esta mención al narrador de los felices 20: En la recopilación de sus cuentos completos se extracta una explicación del autor sobre el texto breve que lleva por título El diamante tan grande como el Ritz: «lo escribí exclusivamente para mi propio placer. Mi estado de ánimo se caracterizaba entonces por una absoluta ansia de lujo, y el relato se me ocurrió como un intento de saciar aquella ansia con manjares imaginarios.» Acabemos; acabemos por todo lo alto. Nada menos que Yasmina Reza citando a Nicolas Sarkozy en El alba, la tarde o la noche: «Mira, lo tengo todo para estar contento, soñaba con tener un partido y lo tengo, soñaba con ocupar los más bonitos cargos ministeriales y los he tenido, soñaba con estar aquí y ya estoy. Pero no tengo emoción. Es rudísimo. Ya estamos en la presidencia. Ya no estoy antes.»
Y un último ejercicio, para quien quiera terminar de volverse loco:
Tomad dos obras literarias que llevan por título Dinero, Martin Amis y Miguel Brieva (a Pablo García Casado no me queda más remedio que descartarlo para el caso. Digamos que su sangre no es de francotirador, precisamente.) De ellos se ha dicho que son un guantazo a la cara del yuppismo. Pues bien, siempre he imaginado esa misma bestialidad yuppie meándose de la risa con un texto o una viñeta de los mencionados. De hecho, si no fuera por la apertura de significaciones que ofrecen, no cabría calificar como genios a uno y a otro. Es lo que hay. O como dicen Dilated Peoples: «Make money, money, but please don't waste money / We don't love money but we don't hate money.»
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