Hoy día, cuando más fácil es viajar, menos sentido tiene.
Puede parecer una boutade, pero no lo es. Hoy día, cuando más fácil es viajar, menos sentido tiene.
Internet ha puesto el mundo al alcance de la mano. Un click y estamos en el Museo Británico, otro y vemos decenas de fotografías de los Campos Elíseos, otro y podemos ver lo que queda del Muro de Berlín. No es lo mismo, dicen muchos. Cierto, no hay que aguantar filas, ni soportar la lluvia.
El turista tradicional ya no tiene razón de ser. Debería extinguirse por voluntad propia, pero continúa porque cree que es lo que se debe hacer, para no quedar mal a la vuelta del viaje. El turista mainstream viaja para hacerse una fotografía en el lugar que, le han dicho, es muy bonito; o para realizar esa actividad tan interesante y simpática. Va a Roma y se fotografía enfrente del Coliseo, a Pisa y se retrata sujetando la torre; si viaja a Amsterdam, se fumará un cigarro de marihuana en un coffee shop; en Bruselas hay que comer chocolate, en España paella; en París, cómo no, hay que dar un paseo en barca por el Sena.
Todo ello, por supuesto, debe quedar debidamente registrado. Ya no se estila la videocámara: por suerte la tortura de finales del siglo XX (¿Quieres ver el vídeo de mis vacaciones en Grecia?) pasó a la historia. Pero ahora las cámaras son digitales: no se gasta carrete, no hay necesidad de revelarlas: el límite es la capacidad de tu tarjeta de memoria. Así que hacemos fotos y más fotos. Yo paseando por la Gran vía, yo en Harrods, yo imitando al Mannekin pis, yo comiendo un gofre, yo.... O bien: el Big Ben, la Sagrada Familia, la Torre Eiffel, la Capilla Sixtina, los canales de Amsterdam, el...
Hay, en definitiva, dos tipos de registros gráficos: los que representan los edificios que hay que ver, y los que representan a uno mismo haciendo payasadas. Para los primeros, mucho mejor Internet. De cada monumento existen cientos de fotografías, la mayoría mejor que las que el turista haya podido hacer. Respecto a las segundas, tienen algo más de interés, pero tanto como para tomar un avión para hacerlas...
No voy a engañarme, yo también soy un turista mainstream. Aunque me estoy quitando. Lo intento.
Este fin de semana he estado con un amigo en Bruselas. Hemos visto la Grand Place, el Manneken pis, la catedral, los palacios, la fachada de la Ópera; hemos estado unas horas en Gante; hemos comido gofres y mejillones, hemos bebido cervezas de diferentes tipos; y hemos vuelto.
En mi teléfono móvil tengo exactamente 162 fotografías y 3 vídeos. Una parte importante corresponde a plazas, iglesias, vidrieras, canales y sitios turísticos varios. La minoría corresponden a mí y mi compañero de fatigas delante de catedrales, plazas, etc. Las que más me gustan, las que disfruté haciendo y revisaré de cuando en cuando, son las más personales, las que podrían haberse realizado en Zaragoza, en Bruselas o en un pueblo del Mediterráneo.
Así, lo mejor de los viajes son las cervezas tomadas en un bar en el que suena blues, los cigarros en un parque; los trayectos en tren y avión, observando y criticando a los pasajeros; la posibilidad de escuchar otros idiomas y de intentar hablarlos; las tiendas de discos, las tiendas de sombreros, las librerías; las belgas, las fracnesas, las rusas; los belgas, los franceses, los rusos; las risas, las discusiones; el hambre, el frío y el cansancio.
Hay quien dice que para sentarse a tomar una cerveza no viaja 2000 kilómetros. Yo pienso diferente. De ahí la frase inicial, para viajar de turista, no viajo; para comer un cofre y mancharme de chocolate, sí.
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