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Nos vemos en el FIB

Actualizado 16-07-2008 13:29 CET

Lo que son las cosas. Los ‘fibers’ tienen desde el lunes una escultura conmemorativa (que más bien parece una peregrina, por cierto) en Benicàssim financiada por el todopoderoso grupo Gimeno. Hace catorce años, esparcidos de mala manera por solares de la Gran Avenida, eran mirados como perros verdes. En el verano de la gran guerra de los festivales de música, uno de los veteranos, de los pioneros, el Festival Internacional de Benicàssim, termina ya de desplegar su exuberante circo de escenarios y carpas en el recinto de conciertos junto a la N-340 y de instalaciones artísticas en la playa. El pueblo ya ha experimentado su mutación temporal, con ese ambientazo plagado de mochilas, pintas, pelos y gafas inverosímiles, coches con el volante en la derecha (cada año más), acentos varios y pieles albinas enrojecidas. Sol. Playa. Muchas ganas de pasarlo bien. Hedonismo. Como siempre, sin estridencias. A partir del jueves la música volverá a ser lo más importante.

PAU BELLIDO. Tres 'fiberas' en la zona de acampada del FIB, el pasado lunes.

Los que hemos veraneado en Benicàssim durante la adolescencia nunca podremos olvidar las fiestas en la playa. Sentados entre barcas y hamacas; envueltos del ritmo sincopado de las olas del mar, la música de radiocasete (mandaban Ramones, The Smiths, U2) y estimulantes varios, incluidos aquellos ojos, brillantes y huidizos, que llevábamos clavados día y noche. Para mí el FIB tiene un profundo regusto a todo aquello. No es más que un mastodóntico montaje para, al final, compartir complicidades, sentirse más cerca unos de otros, como los veranos que estuvimos en la playa. Al principio, en los años del Velódromo (1995, 1996 y 1997), porque lo raro unía. Desde hace más de una década (en el macrorecinto ‘ad hoc’ junto a la N-340) porque, a pesar de su imparable crecimiento, no ha perdido la esencia.

Recuerdo nítidamente los nervios que sentía el viernes al mediodía ante el inminente comienzo de la primera edición del FIB, en el garaje de la villa de un amigo, junto al Velódromo, oyendo las pruebas de sonido de fondo. Lo había estado esperando todo el invierno. Para muchos poder disfrutar en 1995 o 1996 de The Jesus & Mary Chain, Stone Roses, Ride o The Charlatans en el mismo escenario, en pleno agosto, a trescientos metros del mar y entre miles de personas que hacían no sentirte un marciano, fue todo un hallazgo. Y mira que los solares yermos reconvertidos en campings, primero, y un cinematográfico tornado (nunca le perdonaremos que impidiera actuar a Pavement), después, lo pusieron difícil.

Ya nos habían embaucado. Habíamos disfrutado con muchos de los grupos que nunca hubiéramos imaginado ver en esas condiciones. Pero queríamos verlos todos. Y, de paso, enfrontarnos a una larga lista de grupos que, a pesar de que nos pasáramos el día pegados a Radio 3, aunque siguiéramos la pista a decenas de grupos en el Rockdelux y aunque el amigo ‘enterao’ hiciera malabarismos para reseñarlos, no formaban parte –todavía- de nuestra discoteca (a quién no le han preguntado en el FIB “¿y quiénes son estos?”). Pero había ganas por descubrir. Y así surgió el fenómeno Chemical Brothers y tantos otros, no por menos requetedichos, menos sentidos. Aquéllos habían dado amplitud de miras para poder valorar éstos.

Nació así la conciencia colectiva de estar asistiendo a un acontecimiento en cada una de sus ediciones. A pesar de aburrirse soberanamente ante grupos programados en el horario o en el escenario equivocados, o quizás porque, simplemente, se rozaba la extenuación. A pesar de sudar la gota gorda bajo una carpa a las seis de la tarde, intentando degustar tu grupo pequeño-mediano (algunos no tanto) favorito. A pesar de los escandalosos atascos, colas y clavadas. Incluso a pesar de que él o ella no te hiciera ni puto caso, ni en la carpa ‘dance’ pasados de vueltas.

(Aquí se puede ver un excelente vídeo de Ben Gordon y Bernat Lliteras que explica todas esas sensaciones en imágenes.)

Porque el cartel del FIB tiene tantos colores que siempre da en la diana. Tanto para el público más pop, como para el más rockista, el intimista, el noise, el tecno y, sobre todo, para la inmensa mayoría que se rinde a la seducción irresistible de grandes artistas, de gurús, como Brian Wilson, Morrisey, Black Francis, Alex Kapranos, Robert Smith, PJ Harvey, Lou Reed, James Murphy, Thom Yorke, Jarvis Cocker, Paul Weller, Ian Brown, Boby Gillespie, Suart Murdock, Fatboy Slim, Björk, Matt Bellamy, Michel Houellebecq, Jason Pierce, Robert del Naja, Matt Bellamy, Richard Ashcroft, Evan Dando, los hermanos químicos, J, Sideral… algunos de los cuales se han pasado por Benicàssim con distintas caras y proyectos.

Entre el extenso catálogo, siempre aparece la baraja de grupos que ese año uno se muere por ver y, de todos modos, siempre se aprecia un notable alto de nota media en la selección. Sin ir más lejos, las ganas de este año se poder ver por primera vez a históricos como My Bloody Valentine, que cuando taloneaban a The Jesus & Mary Chain en la gira de 1992 no actuaron en Valencia y me los perdí, o American Music Club; de volver a disfrutar de la elegancia de Siouxsie; dejarse llevar por La Casa Azul, Gnarls Barckley o Mika; repetir con Morrisey, apuestas seguras como Death Cab for Cutie o Spiritualized o constatar fenómenos como El Guincho o Facto de la fe y las flores azules. Los horarios se pueden consultar aquí.

Pese a la competencia caníbal entre festivales españoles, que digan lo que digan los promotores hace que los carteles se resientan, siempre mantenemos la esperanza de presenciar un concierto memorable, como los de Morrisey en 2006; Brian Wilson, Franz Ferdinand y Scissor Sisters en 2004; The Cure y Radiohead en 2002; PJ Harvey y Bell & Sebastián en 2001; Primal Scream en 2000; Massive Atack y Jon Spencer Blues Explosion en 1999; Björk en 1998; The Divine Comedy en 1997 o The Jesús & Mary Chain y Chemical Brothers en 1996.

Eso sí, sin estresarse. Que siempre queden los momentos para desconectar, sentado al fondo del escenario verde fumando un cigarro, paseando por el mercadillo o en el infravalorado festival extramusical del otro lado del recinto.

No en vano, festivales como el de cortos, el de teatro, el de danza o la ruta artística justificarían por sí solos una convocatoria ‘ex profeso’, si no fuera porque al FIB –a parte de que los creó- le vienen de perlas para descongestionar y dar vida a otros puntos del pueblo lejos de los conciertos. Porque tienen mucho sentido unidos y forman una oferta integral singular y creíble, que empapa a los asistentes, contribuyendo a la atmósfera tan especial que se genera en Benicàssim durante esta semana. Y que, después de esos días, se marcha con el circo del FIB.

Más información, con fotografías y vídeos, en el blog nomepierdoniuna.

 

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