Profesor, mi profesor Moncayo. En estos días en los que nuestro país, Colombia, salta de júbilo y aparece en las portadas de los periódicos de todo el mundo con imágenes de Ingrid Betancourt, recién rescatada de seis años de cautiverio en manos de las FARC, abrazada a sus seres queridos, y de los tres estadounidenses que viajando rumbo a su hogar, no dejo de pensar en ti y en tu hijo Pablo Emilio, que ahora mismo es el rehén que mas años lleva --más de diez-- en manos de las FARC y no ha sido liberado. No dejo de pensar en que, sin Ingrid, Pablo Emilio está hoy más desvalido. Temo que todos se olviden de él y de sus compañeros.
Gustavo Moncayo lucha para que la imagen de su hijo no caiga en el olvido.
Pablo Emilio entró en el ejército para conseguir, como muchos otros, su libreta militar, indispensable para poder estudiar ingeniería electrónica y conseguir una carrera en el ejército que le pagara los estudios, pues es difícil ir a la universidad perteneciendo a una familia numerosa. Ahora la mayoría de sus compañeros del bachillerato ya están casados y han formado una familia. A tu hijo le arrebataron esa posibilidad un 21 de diciembre durante un ataque guerrillero a la base militar donde se encontraba.
Nos conocimos hace casi un año en Madrid. El mismo Madrid que nos ha dado cobijo a todos aquellos que nos encontramos amenazados por los actores armados de nuestro país, y que nos sirve para enseñarle a Europa la violencia que vivimos en nuestras carnes.
Cuando te conocí, me sorprendió tu sencillez y tu fortaleza, tus ganas de vivir y tu constancia, pues pese a ser una figura visible, continuas siendo el mismo profesor de un pueblito de Colombia que habla de sus alumnos, que un día dejaron los libros para tomar un arma y marchar a la guerra. Esos alumnos que, como Pablo Emilio, son gente sencilla que se ven involucrados por el fantasma del conflicto que recorre Colombia por falta de oportunidades, y ven en la guerra una forma de ganarse la vida.
Durante nuestro primer encuentro, reunidos con los refugiados colombianos en Madrid, compartimos un almuerzo mientras nos contábamos nuestros pesares y angustias por los que no están, por aquellos que se marcharon, y por aquellos que, aunque vivos, simplemente no están aquí por la tragedia del secuestro. Me decías que Pablo Emilio era la energía vital que te hizo un día levantarte de la cama y hacer algo importante. Así te colgaste unas cadenas al cuello, para que todos pudieran contemplar tu dolor, para que no cayera en el olvido. Así comenzaste a caminar por el mundo y a demostrarle a los familiares de los secuestrados que se podía intentar ejercer presión sobre aquellos que tienen el poder para lograr un acuerdo humanitario.
¿Cuantas ciudades profesor? Ya has recorrido media Europa y varios países de nuestra América. Has hablado con muchos para que no se olviden de tu hijo. Para que Pablo Emilio, al que viste por última vez cuando tenía 18 años, al igual que muchos otros miembros de la policía y el ejército --no tan importantes como los políticos secuestrados--, sean visibles para la opinión publica que tan fácil olvida. Pero es difícil hacerse ver cuando uno no es político, ni rico, ni otra nacionalidad aparte de la colombiana.
Recuerdo, que cansado me atendiste para brindarme un desayuno y contarme por qué caminas, por qué decidiste estar encadenado a la búsqueda de tu hijo y pese a las amenazas que recibes de los paramilitares por haber sido muy crítico con algunas realidades que ocurren en nuestro país, continuas con tu errante peregrinaje mostrando las ataduras de tu hijo Pablo Emilio en tu cuerpo. Me contaste como viviste en frente del congreso colombiano en una tienda de campaña donde te visitaban los políticos para hacerse una foto contigo, y como al final todos pasaban de largo.
Mi profesor, siento que hoy no estés con Pablo Emilio y que sean los brazos de Ingrid los que te den un fuerte abrazo. Siento que pese a tu lucha, la dinámica de la guerra no nos deje despertar y los colombianos nos sigamos matando, secuestrando y callando con violencia cuando podríamos tener a los nuestros aquí, a nuestro lado. Mi profesor, sólo quiero decirte que ojalá todos pudiéramos ser Pablo Emilio y todos un poco como tú para que esto termine.
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