Alemania y Turquía, dos países que desde la década de los 60 han visto como año tras año se intensificaban sus relaciones gracias al motor de la inmigración, dirimen esta noche el primero de los finalistas de esta Eurocopa 2008, con un importante trasfondo social por detrás del balón y el 105x70.
Contra todo pronóstico, Turquía consiguió la pasada semana, ante la vistosa Croacia de Luka Modric y compañía, un merecido billete para la semifinal de esta Eurocopa 2008, llegando por segunda vez en seis años a colocarse entre los cuatro mejores equipos de un gran torneo de naciones, tras haber alcanzado la semifinal en el Mundial de 2002.
Su victoria en cuartos ante Croacia bien puede ser calificada de pírrica: Fatih Terim pierde no sólo a la principal referencia ofensiva de su combinado, Nihat Kahveci, sino que tendrá serios problemas para confeccionar un once ante una acumulación de lesiones y sanciones que lastra en exceso al conjunto otomano.
Porque, por si fuera poco, el rival de turno en el camino hacia la final de Viena es ni más ni menos que Alemania, la que sin jugar un fútbol excesivamente merecedor de elogios siempre está presente en los momentos decisivos del argumento del torneo.
Consternados por no haber podido animar a su selección en directo en el pasado Mundial de 2006 celebrado en Alemania, buena parte de los más de 2 millones y medio de inmigrantes turcos residentes en el país germano, decidieron prestar su apoyo a la selección del país que les da cobijo y con el que muchos de ellos mantienen ya indisolubles vínculos familiares. Fue una demostración natural y espontánea de que las relaciones entre la inmigración turca y la nación germana son cada vez más fluidas, muy lejos del aislamiento voluntario (permitido e incluso alentado por el país de acogida) que caracterizó a aquella mano de obra llegada desde Turquía hasta la emergente república alemana en las décadas de los 60 y 70.
Pero el proceso de integración de la numerosa comunidad otomana no es sencillo. La fuerte identidad nacional y religiosa de los inmigrantes turcos juega en contra de la aceptación por parte de estos de las firmes costumbres y creencias sociales germánicas. Los turcos comienzan a salir de los ghettos en los que voluntariamente, y animados por una Alemania mucho menos abierta que en la actualidad, se reunían en la década de los 60 y empiezan a dar a sus vidas retazos de germanismo. Kreuzberg sigue siendo el 'barrio turco' turco de Berlín, pero la comunidad turca berlinesa (estimada en más de 120.000 habitantes) va mucho más allá del barrio. La actual generación, la tercera desde la llegada masiva de hace 40 años, comienza a ver la luz de la definitiva integración.
Y no queda al margen de dicho proceso de integración el fútbol. El deporte con mayor predicamento tanto en uno como en otro país, ha dado numerosos y llamativos ejemplos en los últimos años de que el flujo turco-germano es una realidad bien presente. Los gemelos Altintop (aunque Halil se haya perdido esta Eurocopa por lesión) nacieron en Gelsenkirchen, Hakan Balta, el lateral zurdo de Terim, lo hizo en Berlín. No son los únicos, Yildiray Bastürk ostenta la doble nacionalidad. Nuri Sahin, la última perla de ascendencia otomana, ausente en la lista de Terim, nació y se crió futbolísticamente en Dortmund. Todos ellos decidieron en su día vestir la camiseta de la media luna, quien sabe si en un gesto de reconocimiento de sus orígenes o en un intento de ser alguien en el plano internacional ante la fuerte competencia existente en la Mannschaft. Algunos de ellos tienen hoy ante sí la inmejorable oportunidad de demostrar al mundo que, más allá incluso de una hipotética victoria, su elección fue la correcta.
Borja Barba (Editor de Diarios de Fútbol)
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