España da un guantazo a sus peores pesadillas y deja atrás una 'maldición de cuartos' que duraba ya demasiado tiempo.
A las 20 horas la sensación de inquietud ya empezaba a hacerse presente. Tratando de interiorizar los nervios previos al trascendental partido entre España e Italia, resultaba inevitable trazar una línea temporal con parada en cada uno de los 22 de junio malditos que ha vivido el combinado español desde aquel penalty marrado por Eloy Olalla ante Jean-Marie Pfaff en los cuartos de final del Mundial de México en 1986, hasta el triste partido ante Portugal que cerró la primera fase de la Eurocopa 2004 y nos puso en la calle a las primeras de cambio, pasando por el penalty de Joaquín ante Corea en 2002 o la infausta tanda de penalties de Wembley en la Eurocopa de 1996. Hueco aparte en mi memoria y mención especial merecía aquel inolvidable España-Italia, en los cuartos de final del Mundial de Estados Unidos de 1994. La leyenda negra de la selección nacional tiene un episodio fundamental en aquella bochornosa tarde del mes de julio en el Foxboro Stadium de Boston, en la que el mejor combinado nacional que uno recuerda vio como sus ilusiones se estrellaban primero contra Pagliuca y después contra el codo de Mauro Tassotti.
Ayer nada hacía presumir que la historia iba a cambiar. Esa 'maldición de cuartos', tan presente entre todos los aficionados, ha jugado ya tantas veces con nuestra ilusión que muchos habíamos escogido la opción del derrotismo y el pesimismo. No era por falta de fe, que en el fondo siempre queda un espacio para la esperanza, sino como medida de cauterización de una herida que aún no se había producido.
Como el reo que sube los peldaños hasta el cadalso, muchos vivimos los primeros lances del partido con una sensación de sudor frío, desasosiego y puntuales ataques de pánico controlado cada vez que el corpachón y el mostacho 'corleoniano' de Luca Toni emergía entre los sufridos Puyol y Marchena en busca de cualquier balón colgado cerca de la portería española.
Pasaban los minutos, y las teorías acerca de una victoria italiana, consumada de la manera más cruel posible, iban cogiendo peso. Cada intentona de los nuestros chocaba con un colosal Giorgio Chiellini, que ayer hizo olvidar a Cannavaro, Materazzi, Costacurta y, si me apuran, hasta a Baresi, o contra la suficiencia de un Gigi Buffon que debería recoger, de la mano de Casillas, ese título honorífico de mejor guardameta del mundo.
La entrada de Mauro Camoranesi, antiestético en sus maneras pero un prodigio táctico y un maestro en ese fútbol que tanto gusta en la azzurra, dio aire al centro del campo de Roberto Donadoni, e insufló unos cuantos bares de presión extra a nuestro ya agarrotado sistema respiratorio. Sin embargo, Italia soñaba con unos penalties que ya le llevaron a la gloria en el 2006. Todo lo contrario que España, que veía acechar todos sus fantasmas desde el foso de los fotógrafos y temía la magnificación de la figura de Buffon ante las redes transalpinas.
Los 30 minutos de prórroga rozaron la eternidad. A punto estuvo David Silva, el mejor en los 90 minutos junto a Marcos Senna, de evitarnos la agonía de los once metros. Su remate, tras dejada de Güiza, salió a regañadientes por el lado erróneo del poste. También la tuvo Santi Cazorla, que cruzó en exceso desde la izquierda cuando David Villa le pedía en boca de gol para el remate. 'Los penalties no, por favor', fue una de las súplicas más escuchadas durante esos interminables 30 minutos. Pero nadie quiso atender súplica alguna. Si había que perder, que fuera sufriendo... y si había que ganar, del modo más inverosímil posible.
Es en esos momentos, ante una oportunidad histórica, cuando tratas de rebuscar en lo más profundo de tu ser para encontrar un acomodo racional para tratar de relativizar un sufrimiento que nunca debería acaparar tanto protagonismo. Piensas que es sólo un partido de fútbol, que, total, la vida sigue, habrá más oportunidades, y que así podrás disfrutar de lo que queda de torneo sin presiones ni sufridas responsabilidades. Pero es una cortina de humo. Detrás de esos vanos intentos de autoconvencimiento se esconde un deseo irrefrenable de hacer historia, de marcar una fecha en rojo, de guardar un (por fin) agradable recuerdo ligado a la selección nacional.
Van pasando los tiradores y cada vez uno se convence más que esto de las tandas de penalties no es 'una lotería'. Los que están preparados y los que tienen la cabeza en su sitio, saben lanzarlos, y no suelen fallar. Villa, Cazorla, Grosso, Senna (increíble que aún mantuviera un resquicio de frescura en su sobreesforzado cuerpo) o Camoranesi no dieron opción de lucimiento a los porteros. Daniele De Rossi, exhausto tras una paliza descomunal y dos horas de trabajo continuo sobre el césped de Viena, golpeó con un exceso de cansancio acumulado en sus piernas. Casillas adivinó y la gloria dio un volantazo en la cara del romanista, para enfilar hacia el equipo español.
Faltaba una pequeña dosis de suspense. Dani Güiza, cuarto tirador de España, no había lanzado un penalty con el RCD Mallorca en toda la temporada (los lanzadores habituales son Ibagaza o Basinas). Sus goles, esos que le han llevado a ser Bota de Plata europea, no saben nada de puntos a once metros de la línea de gol. La ecuación decía que el jerezano fallaba ante Buffon, y efectivamente, falló.
Todo quedaba en manos de Iker Casillas. Enfrente, Antonio Di Natale, estúpida pero merecidamente enfrentado con todo el sector rojigualda del graderío del Ernst-Happel por una antideportiva acción (simuló una lesión entrando en el césped cuando había caído fuera de éste) mediada la prórroga. La presión de callar los silbidos de 20.000 labios le pudo. Casillas puso todo lo que tenía de sí para romper el maleficio.
Un sólo lanzamiento, y España estaría en semifinales de un gran torneo por primera vez en 24 años. Para toda una generación, un hito jamás vivido. Cesc Fàbregas, que debería quitar el sitio a Iniesta de cara al partido de semifinales, empezó a consolidar su papel en la selección. Unas íntimas palabras con el Europass, un golpeo delicado pero convencido, y la figura inmarcesible de Gigi Buffon hecha añicos. Carreras por el césped, expresiones de júbilo, felicidad desbordada, algo de incredulidad. Italia atrás. El 'Grupo de la Muerte' saltó por los aires. Es sólo el pase a una semifinal, durísimo partido contra Rusia por un lado y Hiddink por otro, pero ahora han vuelto las ganas de ilusionarse.
Borja Barba (Editor de Diarios de Fútbol)
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