Dos partituras similares en cuanto a formas de entender el fútbol aunque con distintos maestros tras la pelota, preveían un partido alegre, abierto y ambicioso. Holanda, la selección que más había encandilado hasta la fecha ante Rusia, crecida en su apuesta y en plena progresión dentro del torneo. Sin embargo, el principal morbo estaba en la presencia del holandés Guus Hiddink en el bando ex soviético, ya que fue seleccionador oranje. Su duelo ante uno de los alumnos aventajados en la nueva generación de técnicos (Van Basten), reflejaba el paso del tiempo, pero no del buen fútbol.
Para mostrar esas intenciones positivas, ambos técnicos mantuvieron sus esquemas siendo la entrada de Saenko por Bilyaletdinov, la novedad más destacada. Hay que aplaudir la decisión extremadamente profesional de Boulahrouz, que no quiso perderse el partido pese a que su hija falleció esta misma semana (había sido bebé prematuro). Un sentido gesto que se dejó notar en los jugadores holandeses, ya que portaban brazaletes negros en su honor.
Como se había previsto, las ocasiones generadas por la mentalidad ambiciosa de ambos equipos, fueron la constante. Una vertical de Arshavin con un disparo por bajo que sacó espectacularmente Van Der Sar, así como dos paradas más del meta del United tras disparos lejanos pero potentes de Kolodin, fueron lo más destacado del bando ruso, animoso en su empeño por poder remachar sus ocasiones. Pavlyuchenko, con un cabezazo muy al inicio, también volvió a evidenciar que pese a sus goles, le falta definición. Holanda, algo más pausada en su ataque y siempre con algún toque más de posesión, se mostró peligrosa en un balón al área que casi remató Van Nistelrooy. Algo menos claras fueron un disparo de Van Der Vaart y otro similar de Sneijder.
El partido era un espejo puesto que Holanda se había encontrado un clon en los de Hiddink, que estaban alegres ofensivamente, abrían el campo y se tocaba con paciencia y con sobriedad. La auto-anulación fue la nota dominante por lo que las apariciones individuales iban a ser, desde luego, determinantes en un partido muy bien jugado, aunque el achique de espacios como pieza clave.
Justo cuando el partido demandaba esos chispazos de los hombres clave, aparecieron sobre el guión. Y lo hicieron de manera fulminante, sobre todo en el caso de Arshavin. Sus arrancadas retrasaron la línea defensiva de su rival, pero fue por su banda donde se generó el gol que abrió el choque. Semak apareció por donde nadie le esperaba, mandó un pase al área que supo leer Pavlyuchenko como nadie, ya que se adelantó a su marcador para remacharlo con frialdad al primer toque.
Como si un punto y aparte se escribiera, el partido comenzó desde cero. Las urgencias y necesidades holandesas propiciaron las contras peligrosas de los ex soviéticos, que dejaron escapar sus mejores llegadas con su rival casi entregado y perdido. Una y otra vez, los fallos rusos dejaban abiertas las opciones de la oranje más previsible y nerviosa de todo el campeonato. Pero, como suele suceder, tantos perdones siempre son una losa que Van Nistelrooy supo ejecutar con un cabezazo en plancha tras un golpeo lateral a balón parado. La prórroga se hacía efectiva.
En el tiempo extra, esa media hora brillante que nos regalaron, Rusia volvió a ser superior a base de ocasiones claras, empuje y presión. Por desgracia, la gran falta de pegada, fallando de nuevo ocasiones claras como un disparo al larguero de Pavlyuchenko o un mano a mano de Torbinski, seguía siendo su mayor lastre. Pero tanta insistencia no podía ser nula y, en otra de las grandes arrancadas de Arshavin, sacó un centro ideal que llegando desde atrás, remachó Torbinski.
Ya con los tulipanes a merced, el propio Arshavin obtuvo el merecido y deseado premio. Una jugada rápida del jugador del de Leningrado fue culminada con solidez y encontró toda la rabia contenida de un equipo que está en semifinales por méritos propios. Un repaso, un nuevo sueño de Hiddink y un combinado joven que se asoma entre los más grandes.
José David López (Editor de Diarios de Fútbol)
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