La nueva era futbolística está tremendamente hermanada con los planteamientos tácticos, la perfección a la hora de llevarlos a cabo y la estricta renovación hacia sistemas novedosos y, sobre todo, con fines resultadistas. La importancia del deporte rey es considerable en cada partido y torneo, cada vez hay mayores intereses deportivos y económicos y, por todo ello, se ha desvirtuado la verdadera atracción del juego, el valor de la improvisación.
En un deporte tan atrayente e imprevisible como el que nos enamora, los imprevistos se venden caros, pero siguen siendo la fortaleza natural del mismo, su mejor aval para subsistir y la culminación a tanta pasión. En esta Eurocopa que, personalmente, me está pareciendo mucho más fresca en el aspecto táctico (además de severamente justiciera con aquellos que no proponen un cara a cara), todas las cartas accidentales juegan a favor de Turquía.
Los de Fatit Terim mantienen su inmejorable relación de amor con los minutos finales, los mismos que ya le han aupado al tablón de equipo revelación y aquellos instantes que han enloquecido a una de las aficiones más populares, conflictivas y pasionales de todo el mundo (doy fe de ello por cómo viven en la Eurocopa cada cita). Indagando en la raíz de tan implacable ecuanimidad en la recta final de los partidos, es imposible no sacar un símil entre ese delirio colectivo y la imagen del combinado euroasiático. Ambas interpretan el fútbol con singulares rasgos, pero el desorden y la confusión son su hábitat natural, el pandemónium otomano en su máximo esplendor.
Turquía ha sabido sacar un colosal provecho de su constante estado de hiper-tensión, esa sensación redbulliana (que dirían algunos), le ha permitido colarse en semifinales cuando los analistas dudábamos en darle el boleto hacia cuartos antes del torneo. La fe indestructible de un equipo al que le rompen cualquier esquema con un gol en el minuto 119 de un partido con pocos argumentos ofensivos y abocado al empate, es tremendamente plausible. Una inyección vitamínica en un final digno del guionista más oscarizado.
Ese impulso extra, inexplicable para la mayoría, es un signo más en los hombres de Terim, que levantaron en segundos todo el desplome que Rustu había generado con una salida demasiado permisiva ante el jugador menos propicio (Modric), que regaló el gol al necesitado Klasnic. De la nada, sólo motivada por esa ambición desgarradora para los rivales, un balón al área (donde quizás existió falta de un jugador turco) fue a parar a Senturk, que la mandó a la red con un disparo lleno de fortuna que sorprendió a todos cuando Bilic aún se colocaba la corbata tras su celebración. Los penaltis, con malas elecciones balcánicas, obraron el fenómeno (1-1, 1-3)
Era el tercer milagro consecutivo, la cúspide de la idiosincrasia otomana que tantas alegrías está dejando en la Eurocopa. Arda Turam fue Alejandro Magno con su disparo ante Suiza cuando todo se tambaleaba, Nihat fue el ratón que mordisqueó la moral de un desafortunado Cech ante los checos y frente a Croacia, la osadía de aquel que cree fielmente en sus cualidades, le llevó al mayor de los éxitos posibles hasta la fecha. Que nadie olvide que entró en la Euro 2008 en la última jornada
Turquía, a la que algunos ya ven como la posible Grecia del 2008, saca el provecho máximo a su desorden pues con una alarmante falta de creatividad y la débil zaga que maneja, resulta altamente complicado el asomarse a las semifinales. Aunque, es sí, ya en ellas, la expectación es brutal.
Ahora, Alemania se muestra como el gigante imposible de superar, una nueva prueba con nuevos tintes de leyenda turca porque, al menos actualmente, tienen aseguradas las bajas de Volkan Demirel, Tuncay Sanli, Arda Turan y Aşık, además de la lesión de Emre y la posible de Nihat, que se retiró lesionado. La mejor excusa para un desorden que busca su premio rumbo a la final.
José David López (Editor Diarios de Fútbol)
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