El otro día leía esta aberrante información en Expansión. "Las arrogantes ONGs que quieren prohibir el trabajo infantil en el Tercer Mundo olvidan que en todo el planeta los niños trabajaron desde siempre hasta que la riqueza fue suficiente para quitarlos de trabajar. No son las multinacionales pérfidas las culpables del trabajo infantil, sino los padres de los niños que se preocupan por ellos continuamente..."
Ver para creer. ¿Permitiríamos esto con nuestros hijos?
Esta afirmación sirve, en primer lugar, para destapar la falsedad de la expresión trabajo infantil. Cuando un niño trabaja en las condiciones en las que muchas multinacionales los explotan en Asia e Iberoamérica, no se puede hablar de trabajo infantil; sino de esclavitud infantil. Nuestros modos de vida, nuestro consumismo, y las relaciones económicas internacionales dan como resultado que la infancia desaparezca para 450 millones de niños en el mundo.
El deber de un niño es jugar y estudiar, divertirse y formarse; no trabajar esclavizado por un sueldo de miseria para que los márgenes comerciales sean lo más grandes posibles. Por eso la primera batalla es la del lenguaje; el lenguaje es la base de una cultura, y por eso hay que ser muy meticuloso. Que se sepa que no son niños trabajadores, sino niños esclavos.
En segundo lugar, gritar a viva voz a los gobiernos y organismos internacionales. ¿Qué están haciendo para erradicar esta lacra que hace indigna a la humanidad? ¿Qué hace la ONU, UNICEF y la Organización Internacional del Trabajo? Pues mirar para otro lado, como el resto de instituciones. Como las españolas, que permiten la entrada y venta de productos manchados de sangre. Bienes producidos en régimen de esclavitud infantil, que después sirven para marcar nuestro estilo de vida.
Y no pensemos que este problema nos pilla muy lejos. Para empezar también hay demasiada mano de obra infantil en España; y hay que tener en cuenta que la mayoría de productos de nuestra vida cotidiana derivan del sufrimiento de muchas personas. El café de cada día, el perfume que utilizamos al arreglarnos, las zapatillas o bolsas de deporte cuando practicamos alguna disciplina o las alfombras que después lucimos en nuestras casas.
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