El brazalete de capitán de la Selección alemana de fútbol pesa mucho y Ballack parece acusar la responsabilidad que otros sí asumieron en el pasado. Todas las miradas apuntaron hacia él como el nuevo jefe de las filas alemanas, pero el tiempo le ha puesto en un segundo lugar.
La mirada cabizbaja de la impotencia
Es complicado pasar a la historia en una Selección con 3 Copas del Mundo (1954, 1974 y 1990) y 3 Eurocopas (1972, 1980 y 1996). Y más difícil todavía si tus antecesores se han llamado Franz Beckenbauer, Effenberg, Schuster, Jürgen Klinsmann, Rudy Voller o Lothar Matthäus. Mucho capitán y mucha historia encierra cada uno de estos nombres. Aquí sí que las comparaciones son odiosas.
Tal vez Matthäus sea el más indicativo, disputando 5 Copas mundiales. Sus 150 internacionalidades con Alemania y sus 23 goles con la selección dan para mucho que hablar. Además, a nivel de club conquistó 7 Bundesligas con el Bayer, su gran casa. El concepto "cerebro" para definir a un organizador se creó para definirlo, atemperando cada minuto de cada partido según él creía necesario. Su calidad no era superior a su fuerza, y su potencia tampoco era menos que su lucha. Un jugador completo que aportaba experiencia y liderazgo dentro de una selección con tantos nombres y tantas estrellas.
El delantero centro Klinsmann vistió la camiseta alemana en 108 partidos siendo el máximo artillero de toda la historia en Alemania. Un killer de área y un referente en el campo que consiguió ser campeón del mundo en Italia 90.
Pero el más grande de la histora alemana ha sido F. Beckenbauer, un centrocampista que creó la posición de líbero. Ganó la Eurocopa de 1972, el Mundial del 74... un palmarés envidiable que lo han convertido en el mejor jugador alemán de todos los tiempos, con 103 partidos internacionales y más de 14 goles como defensa.
El joven Michael Ballack sorprendió a todos en el Mundial de Corea y Japón, en el que hizo 3 goles, uno de ellos decisivos para llevar a Alemania directo a la final. Un partido grande ante Brasil que no pudo disputar por acumulación de tarjetas y que los brasileños se llevaron por 2-0. Aquél campeonato fue su bautismo de vuelo. Había nacido una estrella y todos quisieron adueñarse de ella.
Ahí fue cuando la mirada de Ballack se acomplejó y el capitán de Alemania empezó a defraudar. Aquél desparpajo del mundial quedó en un espejismo y no volvió a brillar como se esperaba. Después de su actuación mundialista, clubes como el Real Madrid quisieron hacerse con sus servicios, y la presión hundió a M. Ballack, que no estaba preparado para tanto bombo mediático.
A nivel de club el jugador ha ganado 4 bundesligas con el Kaiserslautern (1) y con el Bayern de Munich (3), pero con Alemania nunca ha levantado un sólo título, y tan sólo cuenta en su bagaje con un segundo y un tercer lugar. Su gran fichaje por el Chelsea de Abramovic pareció ser la mejor medicina para recuperar a un jugador venido a menos y del que se esperaban muchas cosas. Jugó en la Premier, pero no convenció.
Ballack tenía todas las dotes de un organizador ofensivo capaz de hacer buenos números por temporada. Su fuerza en el disparo y su físico alemán (1,89 metros y 85 kilos de peso) le hacían adueñarse fácilmente del centro del campo, imponiendo su clase y su toque sobre todos sus rivales. Cuando Ballack se crece sí convence, pero cuando él se enfría desaparece por completo del juego y lejos de aportar resta. Es capaz de lo mejor y de lo peor.
Su dórsal número 13 engaña y parece que no le haya dado suerte. Su posición dentro del campo puede ser polivalente. El puesto natural es de organizador, jugando con libertad en esa parcela deportiva, pero también ha jugado de media punta. En sus 83 partidos internacionales ha marcado 36 goles, una cifra nada despreciable y que refleja lo que él es para Alemania: todo un signo y un referente. Pero sus 32 años le hacen que esté lejos de pasar a la historia porque no tiene mucho tiempo para hacer lo que marca a las estrellas: levantar títulos.
En su último partido de la Eurocopa mostró lo que actualmente es Ballack, un jugador lento y con la creatividad anulada por completo. Pierde los papeles fácilmente y se desespera con patadas y tarjetas amarillas. No sabe conducir a su equipo y no corresponde con el liderazgo que su país y su selección precisan. Otros jugadores como Podolski o Frings le están restando flashes y titulares de los periódicos.
Tal vez esta sea la última oportunidad que el alemán tenga de hacer cosas grandes con su Selección. Ahora o nunca.
Carlos F.
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