Ni en la peor de sus pesadillas Roger Federer podría imaginar que acabaría con un 6-0 en contra en el marcador. Pero la final de París ha puesto en evidencia que Rafa Nadal tiene una confianza sin límites en su juego y esa confianza que para él es una bendición- es una maldición para sus oponentes.
Y van cuatro
En sus enfrentamientos deportivos nunca Nadal le había endosado un rosco al número 1 del mundo. Y en sus finales anteriores en Roland Garros, Federer puso más resistencia. Este año se entregó en poco más de una hora y cuarenta y cinco minutos. Es lo que se dice una final rápida.
6-1 en el primer set ya avanzaba lo que iba a ser la final, sobre todo cuando nada más empezar el segundo Rafa ya iba 2-0. Salió el sol por fin en París tras dos semanas de frío, lluvía y viento para animar al suizo. Fue un espejismo.
Nunca se vió a Federer más desconcertado, no el funcionó ni el primer servicio, sólo puedo colocar dos aces en todo el partido. Su segundo saque era inmediatamente atacado por Nadal, que le machacó el revés. Pero cuando le cambiaba a la derecha, esa derecha demoledora de Roger, la bola se estrellaba en la red.
Federer estaba entregado, cada vez que fallaba un punto fácil y de esos hubo muchos- se lamentaba, se preguntaba qué demonios le estaba pasando. Debía ser el efecto Nadal, esa sensación de jugar contra un ser indestructible, que no se dá nunca por vencido y que tiene una infinita confianza en sí mismo y en sus posibilidades.
Porque ni siquiera esta vez Federer tuvo suerte. Las bolas que rozaban la cinta quedaban asequibles a Nadal para que enchufara golpes ganadores; las bolas que en otras ocasiones se ajustaban a las lìneas, incomprensiblemente se escapaban y las boleas se quedaban en su lado de pista.
En casi todos los juegos Nadal dispuso bolas de ruptura, un total de 17, de las que convirtió 8. Eso demuestra lo ajustados que fueron los juegos con el servicio de Federer. Por el contrario, Roger sólo tuvo 4 bolas de ruptura y logró convertir una en el segundo set, cuando apuntó una reacción que se quedó en amago.
En ese segundo set pudimos ver algunos de los mejores intercambios que dejaron constancia que quien estaba en la pista era Roger Federer y no un aprendiz. Pero la magia se esfumó pronto.
No le salió nada, cometió 35 errores no forzados por sólo 7 Nadal y sus golpes ganadores se quedaron en 31, por 46 de Rafa.
Nadal no imaginaba una final tan fácil, la más cómoda de los cuatro Roland Garros que ya luce con orgullo.
Wimbledon se adivina apasionante.
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