Rafael Nadal, el incorregible

Ha vuelto a suceder. Casi comienza a ser lo esperable. Pero en realidad, mucha gente pensaba que no iba a ser posible, que Rafa Nadal no iba a poder ganar su cuarto Roland Garros consecutivo, y los tres últimos contra el número uno, Roger Federer. Pero lo ha vuelto a hacer. Y con un resultado sorprendente (6-1, 6-3, 6-0).

Un partido extraño. Nadal comenzaba rompiéndole el saque al suizo. Ya desde el principio Federer no estaba en la pista, y no porque Nadal le hiciera jugar mucho más alejado de la línea de lo que está acostumbrado -que también-, sino porque no llegaba con muy buenas sensaciones. Y se ha notado. Sólo en el segundo set, Federer ya llevaba más de 20 errores no forzados, y eso que fue entonces cuando el suizo trató de ponerse las pilas. El mallorquín ha disfrutado de casi 20 bolas de 'break'.

6-1, 6-3 y 6-0 es, a priori, un resultado demasiado contundente para una final de Roland Garros y más aún para un encuentro entre los números 1 y 2 de la ATP. Pero ha habido dos factores fundamentales: primero, Federer ha fallado muchísimos más golpes de lo normal -con el impacto psicológico que conlleva para el jugador-; y segundo, Nadal ha jugado con las líneas de la pista como aliadas.

Los fallos del suizo se pueden achacar al propio Nadal. Rafa es un jugador al que no le puedes jugar esperando que falle. Porque no falla. Contra Nadal tienes que atacar y arriesgarte. Y quien se arriesga, puede fallar.

La suerte, tercera en discordia en cualquier enfrentamiento, esta vez se ha puesto del lado del mallorquín. Numerosas bolas de Federer han acabado en la red, o han chocado contra la cinta. Otros de sus golpes se han ido por poco. Mientras que Nadal ha jugado con las líneas a su favor -sin desmerecer su calidad, claro está-.

A los franceses y suizos no les va a quedar más remedio que hacerse fans de Nadal, porque, según parece, el español no tiene pinta de cambiar su actitud. O cambian las preferencias de los aficionados o van a seguir sufriendo mucho tiempo más...