El poderoso influjo de Nadal

La racha triunfal de Nico Almagro en un grande nos revela que hay vida más allá de Nadal. Nico nos ha alegrado este Roland Garros con su desparpajo, sus golpes valientes y su sonrisa de diablillo.

¿Felicitaciones por el cumpleaños o por la victoria?

Nos arrancó a todos una sonrisa cuando escribió en la pantalla de millones de espectadores “Te quiero con todo (sic) mi alma, mamá”.

El tenista deslumbrante de la última semana desapareció cuando Nadal saltó a la pista. El tenista que ostentaba el record de saques directos del torneo vió como se esfumaba su magia y no era capaz de colocar un primer servicio decente. Las derechas se le quedaban en la red, los reveses desbordaban el área de juego y nada, nada, le salía.

El tenista que se divertía jugando se vió en una espiral negra. El viento de la central que levantaba polvo rojo de la pista le arrebató su talento.

El frío de la tarde parisina se contagió al ambiente. El público de la central ni aplaudía ni jaleaba. Aunque las tribunas estuvieran atestadas, daba la impresión de que los dos jugadores estaban solos.

6-1 6-1 y 4-1 en el marcador. Y ahí Almagro tiró la toalla, se resigno. Ni siquiera se enfadó. De pronto vimos un mártir camino del cadalso, sin resistencia. Un tenista que conscientemente hizo caso omiso a la primera regla, a la primera advertencia que te hacen cuando te ponen la raqueta en la mano: no pierdas de vista la bola.

Almagro le dió la espalda. Literalmente. Se volvió hacia la tribuna y dejó de mirar el juego. Ya todo le daba igual. Fue enternecedor, pero profundamente triste ver esa rendición sin condiciones.

Debió ser el poderoso influjo de Nadal. La sensación de que en tierra es indestructible y que un embrujo despoja a los rivales de toda capacidad de respuesta.