En el tenis, hasta el rabo todo es toro. Se gana el partido cuando se gana el último punto. Lo sabe bien David Ferrer. En un partido frente a Hewitt, con un contundente 6-2 en el primer set y 3-0 en el segundo, lo que parecía coser y cantar se convirtió en casi una agonía.
David Ferrer
Algo insólito en un jugador tan fuerte, tan bien preparado físicamente y con un espíritu de resistencia numantino. De pronto se vió con dos set en contra. En los primeros 45 minutos del encuentro, algo así no estaba en el guión.
El partido fue emocionante, con dos jugadores entregados, dos portentos del pundonor, que no dan una bola por perdida, que llegaban a todo y todo lo devolvían. Ambos buscándose las cosquillas, intentando encontrar fisuras en la solidez granítica, procurando desgastar la resistencia física o la confianza para colarse por el resquicio que podría propiciar la victoria.
Hubo puntos que cualquier otro jugador que no esté investido de ese orgullo torero que los dos demostraron hubiera dejado al contrario. De esas bolas imposibles nació un partido épico que, finalmente, se decantó por Ferrer, pero que igual hubiera caída del lado de Hewitt.
No fue el único partido heróico de la jornada, porque fueron tres. Fernando González remontó dos parciales en contra frente a Wawrinka, mientras el croata Ljubicic derrotaba al cuarto favorito, Davidenko.
El espectador puede entender la euforia del ganador, aunque casi no pueda celebrar el triunfo por el cansancio. Quien no lo entiende es el vencido, que tras el desgaste, el esfuerzo y la esperanza, ve que no han servido para nada. Pero ellos también son héroes, aunque pasen a engrosar la lista de derrotados.
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