De Stanislav Witkiewicz.Con M. J. Gallego, Amelia Franco, Rosario Velilla, Adrián Veloso, Eduardo Tato, Fernando Álvarez, Sara Sanz e Isabel Marínez.Dirección Jaroslaw Bielski.Madrid. Réplika Teatro. 25 mayo de 2008.
Ha sido quizá Tadeusz Kantor quien mejor ha interpretado el concepto de la forma pura en el teatro teorizada por Stanislaw Witkiewicz allá por los años 20, y una de las escasas referencias, aunque deslumbrante, que tenemos -los más viejos del lugar- de uno de los intentos más serios de formalización de los lenguajes teatrales iniciados en el periodo de entreguerras en Polonia, y de cuyos fecundos hallazgos sólo tenemos débiles ecos en la escena española contemporánea. El montaje que comentamos, cuya versión y dirección corresponde a Jaroslaw Bielski, es sin duda heredero de aquella poética antinaturalista que perseguía crear una realidad escénica autónoma del texto un campo de tensiones que fuera capaz de reventar la cáscara anecdótica del drama, por decirlo en palabras del propio Kantor.
La obra es una parodia grotesca del drama psicológico; bajo la envoltura de una anécdota convencional, -la historia de la emancipación de la tutela materna de un joven artista incomprendido y su conversión en un adulto frustrado, en un parásito social que tras casarse con una prostituta vive a costa de las mujeres-, el texto de esta Comedia repugnante de una madre es ya en sí mismo un auténtico revulsivo para conciencias bien pensantes; pero es la representación la que rompe las costuras de un teatro convencional y se constituye una auténtica trasgresión, alejada de la más mínima tentación de realismo. Estamos, en efecto, ante un nuevo lenguaje que afecta a las capas más profundas del espectáculo teatral, diría más, a la concepción misma del teatro. Composición, movimiento escénico y construcción de personajes, en inusual connivencia con la singularidad del texto, nos arrojan a un universo plástico de auténtica pesadilla, violentamente desrealizado, que refuerza la idea de caos, de ruina moral y física que aqueja a los personajes, y por extensión, al conjunto de una sociedad absurda y abocada a la catástrofe que guarda un inquietante parecido con la que nos estamos fabricando.
El protagonista absoluto del espectáculo es el actor. Su expresividad corporal, su gestualidad, -la conformación de la máscara mediante la musculatura facial-, la artificialidad de los timbres de voz, y una actuación en la frontera del trance nos recuerdan las técnicas de Grotowski, en atinada simbiosis con ciertos elementos surreales, del teatro del absurdo y de la farsa grotesca. Encontramos, en general, a un elenco disciplinado, lleno de energía y que muestran una extraordinaria concentración a lo largo del espectáculo, pese a la exigua presencia de espectadores, y que mantiene de principio a fin sus roles haciendo gala de una rigurosa preparación técnica. La tensión dramática es constante de principio a fin, y aunque algunas metáforas visuales resultan ambiguas, y a veces la verbalización del texto resulte un tanto atropellada, el espectáculo discurre, entiendo, por los cauces previstos, los de un discurso intempestivo y trasgresor que interpela al espectador pulsando las fibras más delicadas de su sensibilidad moral y estética
Gordon Craig
27-V-08.
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