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Atrapadas por el espejo (parte 3/5)

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salud
Actualizado 27-05-2008 11:49 CET

Continuación de la parte 2...

Ellas mismas se hacen llamar Princesas, porque las princesas de los cuentos suelen ser hermosas, bonitas, delgadas. “Princesa es el sinónimo de niña que busca la perfección. Todas las niñas cuando son chicas sueñan con llegar a serlo y ese es nuestro objetivo”, cuenta Lirio R. (prefiere guardar anonimato) una isleña que a sus 17 años apenas roza los 43 kilos.

Ha llegado a pesar 34 kilos. La culpable de la anorexia purgativa que sufre desde hace cinco años fue la discapacidad física de nacimiento que padece en su brazo izquierdo. “La causa de todo esto fue el sentirme vacía y el hecho de que todo el mundo me diera de lado cuando entré al instituto por culpa de otros problemas. La gente empezó a burlarse de mí”. Sufrió insultos y vejaciones que la marcaron para siempre.

Todo eso provocó que el día de su cumpleaños, sola en casa y deprimida por lo que estaba pasando, se cantara el cumpleaños a sí misma y se comiera un pastel entero. Al mirarse en el espejo se sintió culpable y no le gustó lo que vio. “Empecé un ayuno que duró tres días y poco a poco mi vida se convirtió en eso: ayunar, estar sola y alejarme del mundo”, me relata.

A partir de ese día decidió cambiar todo lo que pudiera en su cuerpo para disimular su minusvalía. “Cada día en clase siempre había alguien en la puerta que a base de gritos y burlas me recordara que era manca. Mis amigas fueron dejándome de lado para que no se metieran también con ellas. Yo las quería mucho”, afirma Lirio. Ella quería que todo lo demás fuera perfecto así que se propuso adelgazar. Al poco tiempo de empezar a ayunar y a tomar laxantes empezó a tener taquicardias y a desmayarse en clase, otro de los síntomas de la anorexia. No dormía y se pasaba el día llorando.

Son jóvenes que evitan comer hasta que no pueden más, como Lirio, que pasó tres días sin comer nada. El ayuno le impedía incluso mantenerse de pie. Meses después, y tras ser ingresada en el Hospiten Rambla  por una crisis de ansiedad, el médico de urgencias le pidió que, mirándole a los ojos le dijera: soy estupenda, me quiero tal cual soy y mi cuerpo es el mejor. “No pude decírselo y rompí a llorar como nunca. Me subieron a la báscula y entonces entendí que mi problema era la anorexia”, cuenta Lirio.

El Hospital no contaba con Unidad Especializada en Nutrición y fue ingresada en la de Psiquiatría. Ahora, meses después de haber sido ingresada, acaba de conocer a través de su hermana que su peso fue de 34 kilos, y no de 38, tal y como le confesaron en su día. El objetivo de la mentira era evitar que quisiera regresar a ese peso pluma.

El laberinto de la anorexia y de la bulimia está repleto de mentiras. Por un lado, las niñas hacen todo lo posible para evitar ingerir ningún plato; esconden la comida en cualquier lado menos en el estómago y toman gran cantidad de laxantes para fingir estar malas del vientre y no ser obligadas a comer. También toman gran cantidad de agua y de infusiones para saciarse sin tener que consumir ningún alimento.

Por su parte, los padres también disimulan su engaño, ya que en muchos de los casos los psicólogos que tratan a las afectadas recomiendan a estos que obvien el tema delante de la chica para no someterla a más presión y poder ver su comportamiento real. Esto conlleva un distanciamiento peligroso entre padres e hijos que enfrían las relaciones familiares. En ocasiones el efecto es positivo, en otras, las consecuencias son terribles.

Hasta el día de su ingreso en el Hospital, Lirio gozaba de notas impecables. Sus amigos y su familia eran lo más importante de su vida. “Poco a poco me fui encerrando en la habitación. No quería salir de lo mal que me sentía”, sostiene Lirio.

Reconoce que todo esto es una enfermedad, una obsesión que la destruye y la va dejando sin nada. Aguanta sin comer todo lo que puede, y cuando no tiene más remedio que comer algo trata de echarlo vomitándolo o a base de laxantes y diuréticos, pero le cuesta mucho provocarse el vómito. “Después de un par de ayunos la comida te empieza a resultar pesada. No soporto la sensación de comida en el estómago porque me siento gorda. Me duele mirarme al espejo”, relata Lirio, quien además no puede quitarse el sentimiento de culpabilidad que le acompaña continuamente, y que se acentúa cada vez que escucha las lágrimas de su madre.

La comida le hace sentirse gorda, culpable, despreciable, débil, tal y como admite. Durante su ingreso en el Hospital fue obligada a ingerir un batido energético que habitualmente escupía. En un principio fue atada por los empujones que propinaba tanto a su madre como a las enfermeras para evitar tomar el batido. Luego era retenida en la cama a base de suero. “Como estar todo el tiempo en la cama me hacía sentir mal, decidí acceder a tomar los batidos”, cuenta Lirio. Pero aquello que tomaba trataba de quemarlo lo más rápidamente posible mediante ejercicios: saltaba abriendo y cerrando las piernas, hacía abdominales sin parar, caminaba por el pasillo. Estaba quieta muy poco tiempo.

Además de la pesadilla constante en la que se transforma el día a día en estas jóvenes, la anorexia y la bulimia dejan consecuencias físicas terribles: caída de pelo y debilidad de las uñas, marcas en los dedos provocadas por los vómitos y en los nudillos por el roce con los dientes, falta de concentración, agotamiento continuo.

Hay chicas que han tenido que soportar una menstruación de 24 días seguidos o estar sin ella durante 8 meses. Además, las chicas recurren a la autolesión como forma de someter su cuerpo a distintos grados de dolor con el objetivo de “quemar calorías” y controlar la propia voluntad.

En algunos casos, como la propia Lirio, comen trozos de pastillas de jabón como los que se usan para lavarse las manos. “El ardor en el estómago y el malestar general que se sufre me impide pensar en cualquier cosa” dice ella, que reconoce que suele hacerlo después de algunas comidas para olvidar que lo ha hecho.

Sigue en la PARTE 4/5

Carlos F.

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