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Atrapadas por el espejo (parte1/5)

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salud
Actualizado 27-05-2008 11:47 CET

Caída de pelo, uñas moradas, frío continuo... Estas son algunas de las consecuencias que dejan la anorexia y la bulimia en jóvenes obsesionadas por adelgazar. Para ellas comer es un pecado; una tortura de la que tratan de huir desesperadamente.

La palabra "Fat" está grabada en todas las que sufren anorexia y bulimia. En ocasiones literalmente.

"Atrapadas por el espejo" es un reportaje dividido en  5 partes que trata el tema de la anorexia y la bulimia a raíz de dos testimonios reales. Los nombres que aparecen están retocados a petición de las protagonistas; a cambio del anonimato ambas chicas prometieron sinceridad y complicidad.

Este relato intenta acercarse a una realidad extremadamente dura que tiene por protagonistas a miles de personas, que ven como cada día incrementan su sufrimiento a causa de una obsesión que las mantiene retenidas en algo que sólo ellas entienden. Les tendí la mano y la acogieron gustosas. Sirva de homenaje para ellas, sirva de reflexión para todos.

Antonia G. es una malagueña de 16 años que ha jugado con la muerte en tres ocasiones por culpa de su peso. Estuvo dos veces ingresada por cortarse las venas y otra más por ingerir gran cantidad de pastillas. “Nunca lo hice para morir, sino para estar unas horas en otro mundo”, afirma.

Ella conoce bien dónde tiene que hundir su pequeña navaja, esa que tiene escondida en su cuarto, para que su muerte sea directa, aunque por el momento nunca ha dado ese último paso. La última vez que lo intentó fue su hermano mayor quien la vio tumbada y manchada de sangre en su habitación. Después de que la joven se recuperara en un Hospital de Marbella, nunca ha vuelto a hablar del tema con su familia porque tanto su hermano como sus padres creen que no volverá a hacerlo. Viven engañados. “Cualquier día les doy la sorpresa”, cuenta Antonia con firmeza.

Antonia sufre desde los 12 años bulimia purgativa y sabe que está a un solo paso de la anorexia. Pasa los días evitando comer y cuando no puede más engulle todo lo que está a su alcance. Es entonces cuando siente cómo sus caderas y su barriga se ensanchan y cae al abismo. “Voy a engordar, voy a engordar, voy a engordar… Seré una asquerosa, no puedo comer más. Necesito vomitar”, estas son las palabras con las que se atormenta cuando se lleva algo a la boca.

Su peso máximo ha sido de 86 kg. Hoy pesa 68 kg. Y sigue bajando. Reconoce que sufre una enfermedad pero no quiere salir de ella. No hasta que llegue a su cifra deseada. Primero fue 55, luego 45, más tarde 40 ó 37. Ahora menos todavía. Antonia está hundida en un infierno que la quema y que la destroza.

Yo era la típica nena buena; la tontita que se metía bajo las faldas de mamá ante cualquier problema”, asegura la joven. Un problema de tiroides le supuso subir de peso. Unos kilos que le hicieron soportar bromas e insultos de sus compañeros de colegio que la traumatizarían más adelante. En clase, en el recreo, en casi todas las actividades siempre había alguien que le recordara lo “rellenita” que estaba. “Yo no les daba ninguna importancia a esos comentarios, pero mi cabeza sí guardaba toda esa información”, narra tímidamente ella, con gesto tierno y mirada perdida.

Un día su vida cambió. Su novio la dejó por una chica más bonita, según ella más delgada. “En aquel momento se me vino toda aquella información a la cabeza; leí en algún sitio que vomitando se perdía peso y todo empezó”. Antonia, siendo apenas una cría, levantó la mano en clase y pidió permiso para ir al baño. Aquella Antonia nunca regresó.

La desesperación y el agotamiento se apoderan de ella a cada instante; su vida gira entorno a su peso. Todo lo que hace y todo lo que sueña tiene que ver con su cuerpo y con sus kilos. En ocasiones, la continua obsesión la lleva a la histeria y sus ataques de ansiedad son incontrolables, llegando incluso a hacerse cortes en los brazos y las piernas. En su brazo derecho puede leerse perfectamente la palabra FAT, fijada con su navaja hace unos días.

Por el momento nunca ha tenido que estar ingresada en ningún centro especializado, aunque sí lleva visitando a un psicólogo desde hace seis meses. “No sé para qué voy al psicólogo. Al final siempre le cuento lo que me interesa y hago un poco de teatro para que me deje tranquila. No es difícil”, reconoce ella.

Sigue en la PARTE 2/5

Carlos F.

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