En el siglo XIII, compañías de soldados que habían sido arruinados por las continuas incursiones de las tropas actuaron como mercenarios al servicio del rey de Aragón. Eran los almogáveres y se caracterizaban por ser tropas de choque con largas barbas crecida y vestidos andrajosos. Entraban en combate al grito de "Desperta Ferro, matem, matem". Ocho siglos después, estos mercenarios tienen su reflejo en unos temibles soldados que luchan al lado del ejército norteamericano. Hablamos de Blackwater, el último escándalo de la administración Bush.
Efectivos de Blackwater actúan en Irak financiados por el Pentágono
23 de mayo de 2008. A esta hora, mercenarios de medio mundo actúan (casi) impunemente en las calles de Irak. No tienen bandera ni nacionalidad, no prestan juramento a nadie, sólo a quien les paga y les paga bien. No son un ejército pero lo parecen. Se trata de Blackwater, la compañía de seguridad privada más importante del mundo. El periodista Jeremy Scahill lo cuenta todo en el libro Blackwater. La aparición del más poderoso ejército de mercenarios del mundo. Un impresionante documento en el que relata la historia de estos soldados de fortuna.
Blackwater es una compañía fundada hace 10 años por Erik Prince, un ex militar con de la derecha cristiana estadounidense, -que es como decir aquí Blas Piñar,- que vio el negocio del déficit de soldados para entrar en batalla. Blackwater se define como "no simplemente una compañía privada de seguridad" y amplía su abanico de operaciones al mantenimiento de la paz, el refuerzo de la ley y la seguridad con "militares profesionales". Es decir, un auténtico ejército privado que para sí quisieran países del Tercer Mundo, pero con la salvedad de que sus acciones están contra la Convención de Ginebra que fija las reglas de la guerra.
Según Jeremy Scahil, Blackwater cuenta con 20 aviones y hasta 20.000 soldados listos para entrar en combate. Es el caso de Irak, donde están muchos de sus efectivos. Allí se han encargado de la protección de oficiales o personalidades estadounidenses en Bagdad. También han trabajado en Afganistán y en Nueva Orleans tras el paso del Katrina.
El negocio de la guerra reporta importantes ingresos a estos nuevos almogávares. Se cifran en cientos de millones de dólares anuales procedentes de contratos con el Pentágono o con los servicios de espionaje estadounidenses. Sus contactos son privilegiados: el vicepresidente, Dick Cheney, y el ex secretario de Defensa Donald Rumsfeld. Coffer Black, el que fuera jefe de operaciones clandestinas de la CIA es el vicepresidente de Blackwater.
El episodio que les dio a conocer ocurría en 2004. Los irakíes abatían a cuatro americanos en una emboscada en la ciudad de Faluya. No eran soldados, sino miembros de Blackwater, presentes en el país. No son los únicos. Se calcula que al menos hay en el país otras 170 compañías de seguridad privada, tantas como países miembros de la coalición. A tanto ha llegado el escándalo que incluso el gobierno pronorteamericano de Irak ha tenido que tomar cartas en el asunto. La administración de Nuri Al Maliqi ha anulado el permiso de actuación de Blackwater, tras un "incidente", -remarcamos las comillas-, que costó la vida a ocho iraquíes. No es la primera vez, pues las sospechas de prácticas totalmente irregulares planean contínuamente sobre estos soldados de fortuna.
El impactante libro de Scahill saca a la luz un problema de hondo calado y no es otro que la pérdida del Estado del monopolio del uso legítimo de la violencia. Una de las características de todo estado es que sólo las instituciones públicas pueden ejercer la violencia justificada, -es decir, la policía, el ejército, etc-. Que una compañía privada ejerza ese uso de una manera indiscriminada y sin límites va contra todo tipo de convención y de teoría política moderna.
Otro de los temas que se desprenden es el enorme negocio de la guerra. Más allá del negocio del petróleo en Irak, lo que está clarísimo es que para Estados Unidos, seguir en aquella invasión es una interesantísima fuente de ingresos. Para ellos y sobre todo para esas más de 170 compañías privadas que como Blackwater continúan actuando en Irak, sin el paraguas de la ONU ni de ninguna sociedad internacional que defienda o proteja los Derechos Humanos.
Parece que no hemos avanzado nada desde el siglo XIII. Si entonces las distintas coronas reclutaban mercenarios para hacer la guerra, hoy ocurre de igual manera. Pero algo, si se quiere, ha ido a peor. Mientras los almogávares luchaban por ideales, -entraban en combate en nombre de San Jordi o de la Corona de Aragón-, en 2008, estos modernos "Roger de Flor" sólo empuñan sus armas al olor del dinero.
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