Creación y dirección: Ana Vallés. Con: Helen Bertels, José Campanari, Mónica García, Mauricio González, Iván Marcos, Ricardo Santana, Ana Vallés y Hugo Portas. Voz contratenor: Ramón Vázquez.: Espacio escénico e iluminación: Baltasar Patiño. Madrid. Teatro Fernán Gómez. 12 de mayo de 2008.
Como sugiere el título que encabeza este comentario, extraído de una de las múltiples disquisiciones sobre la naturaleza humana en las que ocasionalmente se enzarzan los protagonistas de Animales artificiales, todo este espectáculo va enderezado a resaltar la maraña de paradojas, o sería mejor decir de dislates, o de despropósitos, que so capa de normas de conducta comúnmente aceptadas, determinan nuestro comportamiento cotidiano dándole un barniz de falsa respetabilidad a cambio de coartar nuestra espontaneidad y las manifestaciones libres de un cierta inclinación innata para el placer, para el juego y para la exteriorización de lo instintivo.
Pero no hay que alarmarse; los pasajes dialogados sólo ocupan sólo un lugar secundario en el teatro de Ana Vallés, y se sirve de ellos para parodiar la solemnidad de los discursos de profundo calado filosófico, a la vez que actúan de contrapunto jocoso, de antítesis de los mensajes cifrados en clave de imágenes, de una plasticidad fresca, rozagante, que son el núcleo esencial de la pieza que comentamos. Porque Ana Vallés es sobre todo una creadora de ambientes (como ya tiene acreditado en sus anteriores montajes), que en esta ocasión sume a la escena en una densa atmósfera onírica a mitad de camino entre las imágenes surrealistas de Buñuel y las fantasías circenses de Fellini, convirtiendo a sus personajes en figuras del sueño o del subconsciente, a las que un geniecillo caprichoso y burlón sometiera a deformaciones grotescas en un intento de poner a prueba nuestros hábitos perceptivos y nuestra maltrecha capacidad de asombro.
Haciendo gala de una extraordinaria libertad compositiva, la obra se articula en una serie de acciones o cuadros que vienen a representar de manera desenfadada y un tanto caótica las escaramuzas del pensamiento racional para imponer su criterio: las infructuosas tentativas del Cisne con sobrero para instruir al chimpancé, o las de la Payasa del taburete por escapar al abrazo del desnudo. Una racionalidad de salón, en cualquier caso, nostálgica del decadente glamour de una aria de ópera, del mustio y desvaído aroma que destila un número de music hall, o del patético y ridículo ritual del five oclock tea.
¿Provocación? ¿Trasgresión? ¿Irreverencia? algo de ello hay en este montaje de Ana Vallés; pero sobre todo ironía, parodia de las formas vicarias de una cultura elitista que cierra los cuerpos y las mentes a una genuina y abierta relación con nuestro ser más intimo y con nuestros semejantes. Una crítica que nunca es agria o violenta, antes bien proviene de una mirada indulgente y comprensiva de la naturaleza humana. Un espectáculo, en fin, hecho de imágenes, que apela -como en ocasiones anteriores- a la fibra sensorial del espectador y a su dimensión imaginativa, y que encierra una nada desdeñable carga de energía liberadora.
Gordon Craig.
14-V-08
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