Del cielo al Infierno: El precio a pagar por ser un presidente cercano

El presidente de Ecuador, Rafael Correa, compareció ayer en Madrid en dos foros completamente diferentes, y a su vez muy plurales. En uno fue aplaudido por los asistentes a la conferencia de la Complutense, y en el otro, en la Casa de América, insultado y descalificado.

Al entrar en el salón de actos de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense, un grupo de estudiantes ovacionaba al Presidente entre aplausos y cánticos a favor del libertador Bolívar.  Confesó que se sentía orgulloso de estar en la Universidad de nuevo porque había sido catedrático antes que político y, tal vez por ello, se sentía tan cómodo y no utilizo una sola nota para hablarnos del proceso de “revolución ciudadana que vive Ecuador y el cual se enmarca dentro del proceso de cambios que vive la región hacia la profundización de la democracia”.

“Durante la larga y triste noche del neoliberalismo en América Latina no se mejoraron las condiciones de vida de la población”. Así inició su intervención y, durante 40 minutos, habló de las necesidades de una integración del continente americano y los avances en contra del llamado “consenso de Washington”. Los últimos 20 minutos, los estudiantes preguntaron a Correa por las condiciones indígenas y denunciaron violaciones de derechos humanos inexistentes o que habían ocurrido ya hace mucho, dejando en evidencia la poca información que existe sobre lo que ocurre en Ecuador o las pocas luces de nuestros estudiantes. Poco después se despidió como entró, entre aplausos y vivas.

Detrás del atasco que dejaba su comitiva por la ciudad, por cierto muy segura y abultada, Rafael Correa arribó a Casa de América casi dos horas tarde. Como era de esperarse, las asociaciones de inmigrantes ecuatorianos no estaban muy alegres debido a la espera y a que el himno nacional del Ecuador ya había sonado tres veces antes de que el Presidente apareciera.

Sin más dilaciones, Correa habló del incidente con Colombia. Dejó claro que su gobierno “no tiene nada que ver con las FARC” y que “por cada campamento que hay en su país hay doscientos en Colombia”. “Que no nos inmiscuyan en su guerra, ni en el plan Colombia, si ellos se quieren matar, que lo hagan. Nosotros somos un país de paz, de manos limpias y sin sangre”, afirmó. Pero al concluir, después de tanta espera, las asociaciones querían preguntar y en medio del desorden incontrolable se lanzaron hacia  delante.  

A los pocos minutos y después de haber contestado a varias denuncias que hicieron sus compatriotas en medio de gritos, improperios, empujones y salidas de tono, el presidente Correa decidió suspender el acto. Desde luego algunos comentarios sobre Rafael Correa al retirarse no eran nada buenos, pero muchos de ellos nunca habían podido ver, ni tocar, ni siquiera preguntar al presidente de su país. No es común que un jefe de estado se preste a dialogar con los ciudadanos en dos actos en una misma tarde. De hecho, algunos políticos extranjeros vienen a España y se marchan sin que sus propios compatriotas se enteren de la visita.

En una tarde, Correa pasó del “cielo” de compartir sus opiniones con los estudiantes, al “infierno” de sentirse atacado por sus conciudadanos. Tal vez este sea el precio a pagar por ser un político tan cercano.