Son niños chinos de entre 12 y 14 años que son contratados (muchos de ellos secuestrados) por siniestros reclutadores de mano de obra infantil, equipados con tarjetas de identificación falsas, que los transportan a cientos de kilómetros cruzando el país en busca del auge de las ciudades costeras. Allí trabajan en turnos de hasta doce horas para producir gran parte de los juguetes, prendas de vestir y consumibles electrónicos que se consumen en el mundo.
Fotografía: The New York Times
Pertenecen a familias muy pobres, algunas no pueden permitirse el lujo de una mísera bolsa de sal, y la mayoría de ellos son integrantes de la minoría étnica Yi, en Liangshan. Es la mano de obra barata e ilegal que ha alimentado la prosperidad de China durante las dos últimas décadas.
La región está asolada por la más abyecta pobreza, el abuso de las drogas y la falta de puestos de trabajo. Esto obliga a muchos niños a acabar en las fábricas a veces con el consentimiento de los padres, otras desaparecen por su propia cuenta o con el concurso de los traficantes de niños, para más tarde llamar a casa desde el dormitorio hacinado de una fábrica, a cientos de kilómetros de distancia.
Liangshan se ha convertido en un objetivo de las mafias de trabajo infantil porque es un lugar donde habita la desesperación más absoluta. La mayoría de los habitantes sobreviven del cultivo del arroz. Muchos de ellos son víctimas del tráfico de drogas, ya que es lugar de paso de una de las principales rutas del tráfico de heroína desde el norte de Myanmar a Chengdu, la ciudad más grande de la región. La zona está azotada por la adicción a las drogas y el SIDA, la mayoría de sus pobladores carecen de educación formal y no hablan el mandarín, la lengua oficial del país.
Los residentes aseguran que muchos niños son secuestrados y obligados a trabajar en las fábricas, mientras que otros afirman que los padres, empujados por su adicción a las drogas o por las dentelladas ferales de la pobreza, recurren a vender a sus hijos a los traficantes de niños.
Los traficantes son conocidos como los timadores y han logrado con sus abyectas prácticas conectar dos partes radicalmente opuestas de la sociedad china. Ellos se han convertido en el puente entre las minorías étnicas atrapadas en sus frondosas montañas y los propietarios de las fábricas de exportación del sur de la provincia de Guangdong, cerca de Hong Kong.
Los exportadores, azotados por el aumento de la inflación, la rápida subida de la moneda y las estrictas leyes laborales del gobierno chino, se agarran a esta solución a pesar su ilegalidad.
Los niños que regresan a sus hogares cuentan que las condiciones de vida eran difíciles y abusivas, pero que las que han de sufrir en sus pueblos de montaña rozan la pobreza absoluta y no tienen más remedio que abandonar sus hogares. Los salarios rondan los 90 dólares al mes por doce horas de trabajo durante siete días a la semana. El salario mínimo oficial es de 0,65 dólares por hora con remuneración aparte de las horas extraordinarias.
El escándalo estalló a finales del mes pasado, cuando el Southern Metropolis Daily, periódico administrado por el Estado, informó que hasta 1.000 trabajadores en edad escolar estaban empleados en las fábricas cercanas a Hong Kong. La información resultó especialmente embarazosa para Pekín, ante la inminencia de los Juegos Olímpicos y las oleadas de crítica internacional recibidas por su manejo de la crisis del Tíbet.
Las autoridades informaron una semana después que habían detenido a varios traficantes de niños y que más de 160 jóvenes habían sido rescatados de las fábricas en Dongguan. Pero ahora, las autoridades se dedican más a tapar el escándalo, aduciendo que hay pocas pruebas de violaciones generalizadas de las leyes de trabajo infantil. Tras un barrido por las más de 3.000 fábricas involucradas en Dongguan, se presentaron sólo de 6 a 10 niños rescatados. En China, el mínimo legal de edad laboral es de 16 años.
En los últimos años, las fábricas costeras se han quejado de la escasez de mano de obra. Atrapadas entre los bajos precios de los productos manufacturados en China y el aumento del coste de los alimentos y de la energía, se quejan de que los márgenes de beneficios se han reducido y de las leyes laborales restrictivas para el uso de trabajadores temporales que ha aprobado Pekín.
Los traficantes de niños se aprovechan de esta situación, falsificando documentos que acreditan que el niño está en edad de trabajar y se embolsan la mitad del salario del menor como comisión por su mediación.
Mientras tanto, los niños de la minoría Yi se ven atrapados sin salida entre el comunismo oficial, que los condena a la pobreza extrema, y el capitalismo floreciente que los convierte en víctimas de la explotación en la peor de sus manifestaciones.
Los Yi son una de las 56 etnias oficiales reconocidas por el gobierno de Pekín. Viven en áreas montañosas y constituyen una población aproximada de 7 millones de personas. Tienen su propio idioma y cultura y viven en casas construidas con barro y madera.
Luo Gu A He, un hombre de 69 años, cuenta que su nieta abandonó la aldea con 14 años, tras la muerte de su padre a causa de la adicción a las drogas. Ahora está en Pekín y gana unos 4 dólares a la hora trabajando en la construcción siete días a la semana.
Me preocupa porque está sola dice- pero si estuviera aquí, conmigo, moriría de hambre.
Fuente: The New York Times
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