Los homosexuales represaliados durante la dictadura franquista están a la espera de recibir las indemnizaciones que se aprobaron en los presupuestos generales de este año, a iniciativa del grupo parlamentario de IU-ICV. Mientras tanto, este fin de semana el Foro por la Memoria de Madrid ha celebrado unas jornadas para recordarles. La historia de Juan Soto (Haro, 1922) ha sido una de las más impactantes.
Juan Soto, esta tarde en el Círculo de Bellas Artes de Madrid
Mariquita afrancesado
Hijo de un militante comunista, Juan Soto y su familia se exiliaron a Francia durante la dictadura de Primo de Rivera. Después, con la llegada de la República, regresaron a Haro (La Rioja), y fue entonces cuando comenzó su calvario. A su madre, los profesores le advirtieron de las tendencias de su hijo, pero que igual con el tiempo se le pasaban. Y mientras, en el pueblo, "los más jóvenes me insultaban y los más mayores me llevaban a la era. Fui precoz, y además, había vuelto a España convertido en un mariquita afrancesado", recuerda.
"Joder con los comunistas"
En 1936, tras el levantamiento 'nacional', a Juan Soto le violó un soldado italiano, cuando tenía solo 13 años. Su padre, comunista reconocido, logró salvarse "por los pelos" en la Guerra Civil, pero descargó toda la rabia en su hijo. Llegaba borracho a casa y le daba unas palizas tremendas, tanto que su madre le advertía que lo iba a matar. "Yo siempre pensaba: 'joder con los comunistas'. En cambio, tenía un amigo de padre socialista, que era encantador con su hijo, y por eso yo prefería a los socialistas, al igual que ahora", cuenta Soto.
Cárceles y psiquiátricos
Las palizas de su padre no cesaban y Juan decidió irse de Haro a los 14 años. Primero estuvo en Zaragoza, viviendo del 'choriceo', y más tarde en Barcelona, donde se dedicó a la prostución. Allí sufrió las redadas de la policía contra los homosexuales, y en una de ellas, fue enviado al campo de concentración de Nanclares de Oca (Álava), donde se encargó de la lavandería y los comedores, que eran las funciones reservadas a los 'invertidos'. Y durante 25 años, la vida de Juan Soto transcurrió entrando y saliendo de cárceles y psiquiátricos, "porque a veces uno tenía que fingir que estaba loco para que no le pegaran dos tiros".
Esperando las indemnizaciones
Fue pasada ya la cuarentena cuando este riojano pudo por fin cambiar de vida. Se fue a Las Palmas y trabajó como conserje en un hotel hasta su jubilación. Ahora sigue en la isla, esperando que el Gobierno haga efectivas las indemnizaciones aprobadas en los presupuestos de este año para los homosexuales represaliados durante el franquismo.
Por Pablo Urbiola
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