26 de abril de 2008: sale a la luz pública la monstuosa historia de Josef Friztl. El Monstruo de Amstetten, el carcelero de Austria, el secuestrador se le llama de muchas formas, y todas ellas seguramente se hayan quedado cortas. Veinte días después, el shock, socialmente hablando, ha ido rebajando su intensidad. Sin embargo, la magnitud de la maldad de este ser humano, -es una forma de hablar-, va en aumento.
8 de mayo de 2008: Josef Fritzl se justifica: no soy un monstruo, asegura, podría haberlos matado a todos. Inmediatamente, cuando escuchamos o leemos declaraciones como ésta, nos vienen a la cabeza películas del estilo de El silencio de los corderos, psicópatas que tienen que estar entre rejas, protegidos del mundo y de sí mismos, porque no pueden vivir en sociedad. Son hombres, sí, pero muy enfermos, completamente alienados psiquiátricamente. Sin embargo, no siempre que se dan casos como el de Fritzl, se trata de enfermos mentales.
Dice el psiquiatra José Cabrera que la maldad humana no implica enfermedad mental. Que una persona puede cometer crímenes o acciones tan repugnantes como las de Fritzl, estando plenamente en sus cabales. Fritzl puede estar cuerdo y muy cuerdo, pero ser extremadamente malvado, muy malvado.
Una prueba de lo que dice Cabrera la tenemos en esas imágenes espantosas del viaje del padre-abuelo a Tailandia. Turista sexual prototípico. Pederasta de libro. Abusador nato. Nos han estremecido del masaje en la playa; pensamos que mientras él viajaba a cientos de kilómetros, una parte de su familia estaba encerrada en un sótano sin poder ver, ni siquiera la luz del día. Pero en esas imágenes no vemos un comportamiento enfermo, vemos solamente un ser repugnante.
Ahora, cuando dice que no es un monstruo porque les podía haber matado, demuestra lo miserable de su condición humana. Es consciente de todo lo que ha hecho, distingue, a su manera, el bien del mal. Sabe que matar es aun peor que secuestrar. Sabe que lo que ha hecho es algo miserable, pero que matar es peor. Ahí está la cuestión: un psicópata no ve como algo malo matar, no distingue el bien del mal. Fritzl no tiene disculpa para su maldad, no es un enfermo, es simplemente un monstruo cuya maldad no tiene límite; cuyo cinismo está elevado a la enésima potencia; es un ser capaz de encerrar a su hija, violarla, mantener durante 24 años a sus hijos-nietos sin ningún tipo de escrúpulo, y capaz también de dejarles encerrados mientras él se iba de turismo sexual a Tailandia. Es un monstruo, cada día que pasa nos damos cuenta más de ello; pero no está loco. Es un miserable cuerdo.
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