Miles de desplazados están llegando a Mannar (isla al noroeste de Sri Lanka) en busca de la tierra prometida, huyendo del combate entre el Ejército y la guerrilla de los tamiles. Sin embargo, el Gobierno los está recluyendo en campos en los que tienen de todo... menos libertad.
La semana pasada fui a visitar, junto con otros cooperantes de los que desarrollamos nuestro trabajo aquí, uno de estos nuevos campos que están creando. Está a una hora en coche de Mannar. Mi primera impresión no fue tan mala, sobre todo después de haber visto los campos de desplazados en Darfur (Sudán).
Aquí, cada familia vive en una tienda de campaña bastante grande, proporcionada por Cruz Roja Internacional; tienen tres pozos de agua para uso doméstico -si se puede llamar así- y un tanque de 2.000 litros de agua potable. El abastecimiento de la comida corre a cargo de tres ONGs locales que se turnan para llevarles comida cocinada. Además, las autoridades locales les proporcionan comida en seco y ACNUR les ha dotado de útiles para cocinar. Un médico pasa visita dos veces por semana... Viendo esto, se puede llegar a pensar, ¿qué más pueden pedir enla vida? Yo os lo digo: libertad.
Toda esta gente está viniendo desde el norte del país, donde están las tropas de la guerrilla tamil y los enfrentamientos son más fuertes. Llegan a la isla de Mannar por mar -en barco, nadando o incluso a pie por las zonas menos profundas-. Los que vienen en barco pagan entre 150 y 300 euros por persona, un precio muy alto si se tienen en cuenta los riesgos: por ejemplo, al dueño del bote, si le pillan, no le ponen sólo una multa. Las consecuencias suelen ser bastante peores...
Todas estas familias vienen para buscar trabajo; algunos llegan para instalarse con los familiares que tienen aquí. Pero cuando llegan para registrarse y regular sus papeles, no les permiten quedarse con sus familias y les mandan al campo de desplazados. Al principio les dijeron que sería cuestión de 10 días, pero ya llevan un mes sin ninguna noticia y es poco probable que sepan algo en al menos tres meses. De hecho, las autoridades no lo llaman "campo de desplazados", sino "Detention Camp".
No han recibido ninguna explicación ni han podido informar a sus familiares. Algunos de ellos decían: "si lo llegamos a saber, nos quedamos en nuestras casas".
En el campo se les facilita de todo, menos salir de él. Están rodeados por una valla de alambre espinado y sólo pueden salir a una tiendecita que está a 200 metros del campo. Hay militares vigilándolo todo el día y tan sólo en alguna ocasión se les ha permitido salir a algunos a un lago cercano -acompañados de soldados, claro está-. Un lago no recomendable para niños, por la presencia de cocodrilos.
Así, cuando llegamos para ver en qué estado de salud y vivienda se encontraban y les preguntamos si tenían alguna necesidad, la respuesta siempre era la misma: "tenemos de todo, lo único que nos falta es libertad".
Se espera que lleguén 6.000 más. Desde el punto de vista sanitario no hay nada que hacer. Pero sería importante dar a conocer esta situación y advertir a las autoridades de la isla que quizás esta no es la opción más adecuada para tener controlado al "posible enemigo".
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