Es sabido que el arte suele ser caprichoso y que, a menudo, utiliza vehículos de expresión insospechados. Esta característica singular de la obra artística es la responsable de que en demasiadas ocasiones nos cuestionemos la legitimidad de que algunas obras se puedan considerar en verdad arte.
El perro de Habacuc
En agosto de 2007, el artista costarricense Guillermo Vargas, conocido como Habacuc, expuso una obra de arte conceptual en la Galería Códice de Managua en la que utilizó un perro vivo como parte de la misma. El montaje pretendía provocar una reflexión sobre la indiferencia y la hipocresía de la sociedad actual y acabó con el artista amenazado y la galería inundada de correos electrónicos y cartas de todo el mundo insultándola. Internet y las redes sociales reventaron de denuncias solicitando el boicot del artista en cualquier exposición.
La obra constaba de la interrelación de cinco elementos: un texto escrito sobre una pared utilizando como tinta comida para perros en el que se podía leer Eres lo que lees; un perro callejero, famélico y pulguiento, atado a una cuerda de nylon, al que el artista llamó Natividad; el himno sandinista reproduciéndose al revés; un incensario donde se quemaron 175 piedras de crack y una onza de marihuana, y la resonancia del montaje en los medios de comunicación.
La duración de la exposición fue de tres horas, aunque el perro permaneció en la galería por espacio de tres días, alimentado regularmente por el propio artista, hasta que en un descuido del vigilante se fugó.
La inspiración necesaria para tan excelsa sublimación le llegó a Habacuc a través de un hecho ocurrido en Costa Rica, donde un inmigrante nicaragüense, indigente, fue atacado por dos perros de presa al entrar en un taller según sus propias declaraciones al diario La Nación. Al parecer, todo sucedió delante de una cámara de televisión sin que la policía ni los bomberos intervinieran. El hombre se llamaba Natividad Canda y murió desangrado poco después.
El propio artista había manifestado que su intención era dejar morir al perro de inanición, lo que levantó el revuelo en Internet, hasta tal punto que se corrió el rumor de que el perro había muerto en la exposición, dando comienzo a la ola de protestas que todavía perdura. De esta guisa, considera Habacuc, queda demostrada la hipocresía de la sociedad, que no se conmovió cuando el indigente murió como un perro.
Ahora la amenaza de ser inmortalizados en otra obra de arte para la posteridad se extiende a los gatos del Jardín Botánico de Buenos Aires, ya que impactaron sobremanera al artista y pretende crear una obra que los integre, para mayor desgracia de la especie felina.
Espero que al tal Habacuc no se le ocurra jamás expresar su arte subliminal mediante la utilización de personas, no vaya a ser que, con tal de denunciar la falta de sensibilidad del género humano, nos deleite con el asesinato en vivo y en directo de uno de ellos. Y es que la falta de imaginación es un terreno algo fangoso como para que se puedan germinar obras de arte.
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