Para muchos españoles arranca hoy, Domingo de Ramos, la Semana Santa. En muchos lugares de nuestra geografía esta fiesta religiosa es la mayor de todas las celebraciones festivas, pero en algunos sitios concretos se vive de una forma más que especial. Y es que más allá de cofradías, nazarenos y pasos (o tronos, según la ciudad), año tras año las nuevas generaciones de la ciudad sevillana reciben este bautismo de fuego entre la fiesta, la muchedumbre y el fervor religioso.
Un bebé de pocos meses contempla atentamente la estampa de la Esperanza Macarena
Desde bien temprano, muchas familias se acicalan para comenzar la visita por los templos de la capital hispalense, para poder ver de cerca las caras de sus imágenes veneradas, a las que no se podrán acercar durante su estación de penitencia por las calles de la ciudad.
Niños de pantalón corto, niñas con trajes de colores llamativos y lazos en la cabeza, mujeres vestidas de boda y hombres en traje de chaqueta inundan la ciudad, en el domingo más largo del año. Llevar un alfiler con el lazo de tu hermandad en la solapa, o una pegatina con el escudo de alguna corporación cofrade, de las que procesionan en ese día, son las medallas de esa particular batalla que se vive en las tortuosas calles del Casco Antiguo.
A pies quietos durante muchas horas, los niños pidiendo caramelos o cera de los cirios encendidos a los nazarenos, mientras que sus padres desesperan en la búsqueda del bar más cercano o más vacío- para poder mitigar el calor de la primavera de Sevilla, entre cervezas y alguna copa de manzanilla bien fresquita.
Los medios de comunicación locales viven totalmente volcados en la Semana Grande de la ciudad, con siete y ocho horas de retransmisión en directo a través de televisión, radio e Internet, dando información cumplida de los pormenores de tan magno evento y restando importancia a la actualidad nacional e internacional, porque durante siete días, en Sevilla sólo existe Semana Santa.
Prueba de ello, en esta ocasión, la Fiesta Grande también ha contado con el Pregón del periodista y escritor Antonio Burgos, que con su incisivo estilo desgranaba todo lo previsible y lo imprevisible de esta entrañable celebración, definiendo a la Semana Santa como unos ritos no aprendidos con los que el pueblo llano y soberano de Sevilla proclama colectivamente el sentimiento y la emoción de su fe, la cercanía familiar de lo divino.
Y es que se antoja difícil en esta ciudad tocar el cielo con las manos, si no has logrado acariciar entre empujones el respiradero del paso de la Macarena, o no has visto de cerca la cara del Gran Poder en silencio, mientras que un agujero en el estómago te recuerda que pronto va a amanecer.
Año tras año se renueva la más antigua y a la vez novedosa ilusión Toda una liturgia heredada y transmitida de padres a hijos, que al menos en Sevilla, nunca decae.
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