De Juan Mayorga. Con: Carmen Machi, Vicente Díez, Susana Hernández y Juan Carlos Talavera. Teatro del Cruce. Dirección: Ernesto Caballero. Madrid. Teatro de la Abadía. 19 de febrero de 2008.
Nace esta tortuga campechana y locuaz de la constante preocupación por la historia que desde sus primeras obras ha venido acompañando a Juan Mayorga. Con ella vuelven de nuevo a escena los fantasmas del nazismo y el holocausto (como en Himmelweg), o los del comunismo y de la dictadura estalinista (como en Cartas de amor a Stalin), o los de la Guerra Civil española (como en Siete hombres buenos o El jardín quemado); y vuelve su preocupación por la barbarie que parece haberse instalado definitivamente entre nosotros amenazando con destruir lo que tenemos de humano y que hace formular a Harriet, minutos antes del inesperado desenlace, un juicio terrible sobre nuestra más que dudosa civilidad contenido en esta frase lapidaria que le espeta al Profesor: yo sólo veo dos clases de personas, personas que se comportan como bestias y personas que son tratadas como bestias. Un juicio sumarísimo a una generación que, a decir de Harriet, es la más inmoral que se ha visto sobre la tierra, y una carga de profundidad contra la excesiva complacencia con la que aceptamos el mal absoluto que anida en el seno de nuestras sociedades supuestamente desarrolladas: la violencia.
Para llegar a tan inquietante conclusión, este raro espécimen de tortuga centenaria ha debido convivir con nosotros viajando a lo largo y ancho del continente por espacio de casi doscientos años, desde la Revolución Industrial hasta hoy mismo, una edad suficiente para convertirla en testigo de excepción de los episodios más deleznables y traumáticos de la moderna historia europea y que la convierte en presa apetitosa de la voracidad de un historiador sin escrúpulos decidido a sacarle toda la información que pueda para culminar su obra magna aunque para ello haya de someterla a una denigrante explotación.
Un jugoso anecdotario y una depurada técnica de construcción dramática, caracterizada por el hábil engarce de los episodios históricos rememorados con la evolución y las vivencias de Harriet, confieren al conjunto una gran verosimilitud (acrecentada por el aporte constante de datos objetivos: citas, fechas, lugares, tecnicismos, etc.) y hacen fluido el desarrollo de una acción dramática, por lo demás, y pese al empleo recurrente del humor, de la ironía y de la parodia, preñada de situaciones que invitan a la reflexión y al diálogo de conceptos. No citaré sino los aspectos que considero fundamentales a saber, el contraste entre la visión de la Historia como ciencia organizada en torno a la idea de progreso que representa el Profesor y el concepto de Historia como experiencia del pasado que encarna Harriet, Por otra parte se contrapone también la ciclópea figura del autor de El origen de las especies y lo que representa para la ciencia a la de los dos infatuados arribistas y amorales investigadores con los que tiene que vérselas nuestra protagonista y que con sus actitudes y comportamiento acaban por confirmarla en la idea de que el hombre es el más tonto y peligroso de los seres que pueblan la tierra.
Harriet es la protagonista absoluta de la obra, y ante ella, los demás personajes empalidecen y se diluyen, quizá en demasía haciendo peligrar el deseable equilibrio de fuerzas en conflicto. Sólo la energía y el talento que derrocha Carmen Machi, haciendo el que es probablemente uno de los mejores papeles de su carrera, permite incorporar a su personaje un inagotable caudal de informaciones y de experiencias y expresarlo de manera convincente, dándonos el perfil de una anciana paciente y comprensiva, con un envidiable sentido del humor, entrañable hasta las lágrimas, sensata, y consecuente con el principio que le ha permitido sobrevivir en las más adversas circunstancias: adaptarse. Y trasmite, asimismo, como el mono del Informe para una academia de Kafka, con el que el personaje guarda inquietantes similitudes, una profunda decepción y un cansancio infinito de los hombres y de sus trapacerías y una intensa nostalgia de su estado primigenio en armonía con la naturaleza.
El resto del elenco cumple sobradamente con su modesto cometido de seres convencionales de moral laxa y escasos principios, encastillado cada uno en sus roles sociales estereotipados, el de un gris profesor universitario autosuficiente y pagado de sí mismo (Vicente Díez), el de su esposa (Susana Hernández), una mujer sin ambiciones, anclada en sus prejuicios y celosa del favor que dispensa su marido a Harriet, y por último, el Doctor (Juan Carlos Talavera) un lunático incompetente, un iluminado, émulo del doctor Menguele que ve en Harriet la oportunidad de descubrir nada menos que los enigmas de la vida y de la longevidad. Una dirección rigurosa y eficaz y una sugerente ambientación musical completan el catálogo de aciertos de un espectáculo estimulante y divertido, que acapara la atención del público y que arranco aplausos entusiastas al final de la representación.
Gordon Craig.
21-II-2008.
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