Versión de Ignacio García May. Con: Jesús Hierónides, Muriel Sánchez y Francisco Rojas Composición musical: Alicia Lázaro. Intérpretes: Eduardo Aguirre, Alba Fresno, Óscar Gallego y Blanca Trabalón. Compañía Nacional de Teatro Clásico. Dirección: Eduardo Vasco. Guadalajara, Teatro Moderno. 31 de enero de 2008.
Hay vastos dominios de nuestra historia común, sobre todo -pero no sólo-, la de tiempos remotos, cuyos episodios más significativos han venido a incorporarse a la memoria colectiva cifrados en alguna de las múltiples manifestaciones culturales de la riquísima tradición popular española: fiestas, arte, folclore, y muy en particular, en esas, a veces minúsculas, aunque intensísimas piezas literarias que son los Romances. En ellos se funden a partes iguales historia y leyenda, apareciendo los episodios evocados en la forma quintaesenciada de una escritura poética elemental, de dicción clara y directa no exenta a veces de un extremado lirismo.
Tal es el caso de la historia de Rodrigo Díaz de Vivar, infanzón castellano de la corte del rey Alfonso VI, cuyas hazañas, recogidas primero por un juglar (o juglares) anónimo en El Cantar del mío Cid, la fértil imaginación popular recreó, amplió, refundió hasta la saciedad idealizándolo y elevándolo a la categoría de mito fundacional, héroe valeroso en el campo de batalla, amante y solícito esposo y padre de familia, leal caballero del rey y defensor a ultranza de la honorabilidad caballeresca. La versión de García May para la Compañía Nacional de Teatro Clásico amalgama textos del poema épico originario con una atinada selección de romances del ciclo cidiano para darnos una visión ajustada del hombre y del guerrero que fue Rodrigo Díaz ponderando cada uno de los aspectos de su rica personalidad arriba enumerados.
Bajo la diestra batuta de Eduardo Vasco el texto se transforma en un montaje sobrio y mesurado que recrea escenográficamente, mediante el vestuario, la ambientación y un espléndido espacio sonoro de Alicia Lázaro -con música ejecutada en directo con instrumentos antiguos-, el primitivismo y hasta la rudeza de la época: el estridente sonido de la batalla, la algarabía de las fiestas populares o la solemnidad de los cantos religiosos. Y aun siendo notabilísima la puesta en escena lo que sobresale por encima de todo en este espectáculo ejemplar es la belleza esplendorosa de la palabra poética. Primitivo en si mismo el lenguaje, puesto que estamos en las primeras etapas de formación del castellano, la lengua ya ha desarrollado un ingente caudal expresivo que se vierte en versos de variado timbre y acento capaces de trasmitir una inagotable gama de sentimientos y emociones.
Los intérpretes son de excepción y se meten en el papel de los múltiples personajes que pueblan el poema dando voz a la reciedumbre de las juras de Santa Gadea, a la ira de Alfonso conminando a Rodrigo al destierro, a la sentida queja de doña Jimena por las prolongadas ausencias de su marido (estremecedor, este pasaje en boca de Muriel Sánchez) o al despiadado relato de la afrenta de Corpes, extrayendo siempre de los versos desde los tonos más delicados hasta los ecos de la violencia más aterradora.
Oportuno montaje, en cualquier caso, no sólo como celebración de la efemérides de la primera redacción del más grande de nuestros poemas épicos medievales, sino como impulso o estímulo encaminado a la preservación de una rica tradición cada día desafortunadamente más olvidada en las escuelas pero también en el seno mismo del ambiente familiar en donde a través de las narraciones orales o de la memorización y recitado de poemas, el niño y el adolescente hacían una primera formalización de sus referencias históricas y culturales.
Gordon Craig.
2-I-2008.
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