Un piso del barrio universitario de Cartagena proporciona a sus inquilinos todo lo necesario para vivir en una novedosa fórmula de arrendamiento
Quienes han compartido piso de alquiler por razones de trabajo o estudio saben bien lo que es dormir sobre un colchón aplastado por el uso durante años, comer en una mesa de los años sesenta o ver la tele en unos desgastados sillones de segunda mano. Por eso, cuando uno entra en el apartamento de coloridas paredes, impecables muebles de diseño y con la tecnología doméstica básica al alcance de la mano, entre otros muchos servicios, es como hacerlo en otro mundo.
La vivienda en cuestión está en el barrio universitario y muy posiblemente es la primera que se destina en toda Cartagena al alquiler por habitaciones totalmente equipada y con todas las comodidades para que los inquilinos se sientan como en casa: desde llamadas gratuitas a todos los teléfonos nacionales hasta servicio de limpieza cada quince días. Además, cada habitación es un mundo cómodo y privado.
Sus propietarios, Paqui y Leto, no han escatimado en gastos. Cada uno de los cuatro dormitorio tiene una televisión, un teléfono que identifica las llamadas y conexión por cable a Internet por si falla la inalámbrica que hay por toda la casa; además de la cama, una mesa de trabajo, un sofá y una televisión con 25 canales. No contentos con ello, han dado a cada habitación decoración diferente.
«En el resto de las casas de alquiler los muebles suelen ser viejos. Aquí lo hemos comprado todo, para que los usuarios se sientan a gusto y no tengan que cargar con cosas innecesarias», explica Paqui. Si el inquilino necesita planchar, hay plancha; si quiere desayunar tostadas, hay tostadora; o si prefiere escuchar un disco, hay equipo musical. Proporcionan todos los productos de limpieza, las sábanas para la cama y las toallas. No falta de nada, ni siquiera en las zonas comunes, como los dos baños (uno para cada dos personas), el salón comedor y la cocina.
Sus dueños han pensado hasta en el más mínimo detalle: un pequeño armario individual en el baño, un botiquín y una leja con luz junto a la cama para poder leer y después dejar el libro.
No es normal que una casa de alquiler tenga lavavajillas y secadora, pero ésta los tiene. «Si vienes de fuera no vas a poder cargar con todo lo que necesitas. Queremos que los inquilinos se sientan como en su casa», explica Leto.
Otra de las ventajas es que no hace falta buscar los compañeros de piso para compartir gastos, porque sus dueños se ocupan de ello. Ahora mismo en la casa sólo vive una persona, Claire Pichol-Thievend, una estudiante francesa de 26 años que hace prácticas en la Concejalía de Juventud. «Es un sueño para mí. Tengo todas las comodidades y, además, los 250 euros que pago al mes me permiten ahorrar mucho más que si estuviese en otro sitio», reconoce.
Cuando ultimen los detalles finales de la casa, los propietarios empezarán a buscar a otras tres personas afines a Claire por edad o trabajo. «Se ha enfocado a una edad avanzada del estudiante e incluso para nuevos profesores. Una de las clausulas del contrato es la de no incordiar a los otros inquilinos», explica Leto Bajo.
Los dueños coinciden en que, aunque al principio sea más costoso hacer este tipo de inversiones, a la larga beneficia a la conservación de la vivienda. «Al final recuperas el dinero invertido», dicen sus dueños.
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