De Moliére. Con: Enriqueta Carballeira, Cristina de Inza, Víctor Criado, David Ardid y Alberto Castrillo-Ferrer. Dirección: Luca Franceschi. Alcalá de Henares. Corral de Comedias. 13 de enero de 2008
Traza Moliére en El Misántropo una incisiva sátira moral y de costumbres -como todas las suyas-, que traspasando los estrechos límites de su época, proyecta su corrosiva aunque bienhumorada actitud crítica hacia cualesquiera tiempos pasados y futuros, incluido el nuestro, donde la maledicencia campa por sus respetos y la condescendencia cuando no la más obscena adulación hacia la incuria de nuestras élites intelectuales o hacia el ejercicio arbitrario del poder por parte de nuestras clases dirigentes, está adquiriendo tintes alarmantes.
Ahora bien la actitud de Moliere no es la de un moralista al uso que se limitara a ofrecernos de manera dogmática un recetario de normas de conducta. Antes al contrario, presenta a Alcestes, el debelador de sus conciudadanos, el intransigente con la hipocresía y con la doblez, lo presenta, digo, encerrado en sus propias contradicciones, por cuanto viene a enamorarse de la viuda Celimena que es precisamente el paradigma de todos los vicios que él más denigra, mientras que deja de lado a Elianta, un dechado de virtudes, sencillamente porque no está enamorado de ella.
La crítica aguda, sagaz, de Moliere no está reñida con su indulgencia hacia los personajes, porque él conocía perfectamente el alma humana; y viene a cuento la fábula de la rana y el escorpión en boca Acasto porque refleja de manera fehaciente el hecho de que no podemos ir nunca en contra de la naturaleza, aunque nos vaya en ello la vida. El escorpión, no pudiendo sustraerse a su inclinación natural asesina, hiere con su espolón venenoso a la rana que le trasporta de una a otra orilla del río aún a sabiendas de que en ello le iba su propia vida; asimismo, Celimena tampoco puede renunciar a su condición coqueta y maledicente, aunque pierda primero el favor de Oronte y Clitandro, y más tarde el de su rendido enamorado Alceste, quien a su vez prefiere renunciar al amor de Celimena que a su rectitud moral.
Luca Franceschi hace una lectura coherente del texto de Moliere en clave farsa gratesca con elementos de la Comedia dellArte, lo que incluye una más que aceptable adaptación (a cargo de Alberto Castrillo-Ferrer) del texto originario en verso de diversos tonos y registro dependiendo de las situaciones y de los personajes, y que sirve para potenciar su intencionalidad paródica; un vestuario alegre y colorista que refuerza los contrastes entre personajes; una libre utilización del espacio y el movimiento escénicos mediante la que se consiguen un ritmo trepidante y algunos efectos de una comicidad extraordinaria; y, por último, un libérrimo desarrollo de la acción dramática, lo que incluye el ocasionales interrupciones de la acción principal, en los que se rompe la identificación del espectador con la escena, obligándole a un reajuste de la percepción y a entrar en un ingenioso juego metateatral.
Los actores están siempre a la altura de las circunstancias y hacen un encomiable trabajo verbal y gestual, componiendo la mayor parte de ellos varios personajes, lo que acrecienta aún más la dificultad del empeño. que tan atinadamente acierta a mostrar el montaje de
Gordon Craig.
15-I-2008.
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