De Alberto Sanjuan a partir de Arlequino, servidor de dos amos, de Carlo Goldoni. Con: Elisabeth Gelabert, Javier Gutiérrez, Alberto Jiménez, Rosa Manteiga, Daniel Moreno, Nerea Moreno y Pepa Zaragoza. Dirección: Andrés Lima. Madrid. Teatro de la Abadía. 3 de enero de 2008
El Arlequino o Arlequín es una de los personaje típicos de la Comedia dellArte cuyo origen se remonta a las máscaras de los mimos e histriones del teatro popular latino que desarrollaron, sobre todo, las compañías de cómicos italianas de los siglos XVI y XVII hasta darle la estructura que actualmente conocemos. Constituye una forma de teatralidad fuertemente codificada, no sólo por lo que respecta a los elementos externos del personaje, máscaras, vestuario, ademanes, habla, edad, etc., sino por lo que se refiere a su psicología y roles sociales. La creación de Goldoni, ya en el siglo XVIII, cataliza los elementos citados en una intriga teatral más elaborada que los guiones -o lazzi-, sobre los que se desarrollaban, mediante improvisaciones, este tipo de espectáculos y aporta una mayor dosis de contendido social, aunque los personajes adolecen todavía de falta de espesor psicológico y obedecen a los tópicos y estereotipos de una tradición teatral férreamente establecida.
Dando por sentada la condición servil a que se ven reducidos muchos inmigrantes en los países de acogida -no menor, por cierto, de la que padecen muchos autóctonos-, es comprensible la tentación de establecer un paralelismo entre ellos y los zanni venecianos, en quienes se inspira el Arlequino de Goldoni. No menos tentador, pienso, ha debido ser el asimilar los inagotables resortes de la comicidad primaria que manejaban los actores de la Comedia dellArte al tipo de humor bronco, sardónico, patibulario, y a la actitud de permanente provocación de que han hecho gala los chicos de Animalario en otros espectáculos. A fuer de sinceros, creo que ese intento de fusión de lenguajes expresivos, se ha quedado en eso, en un intento, que sólo ocasionalmente se traduce en resultados plausibles, derrochándose el talento y la energía de un elenco de primerísima fila en esfuerzos estériles por traspasar la batería.
El espectador vincula rápidamente al personaje de nueva planta con un modelo archiconocido y espera que se establezcan la red de correspondencias concomitantes entre el protagonista y los restantes personajes, a quienes hay que trasladar obviamente al tiempo y circunstancias del presente; y una vez más se siente frustrado porque esperaba quizá un análisis más escrupuloso, o dicho de otra manera, menos sectario, de las motivaciones de dichos personajes y de su funcionalidad en términos estrictamente dramáticos. En su lugar encuentra que se ha roto el equilibrio entre medios y fines, y que el leve tono ejemplarizante de la comedia de Goldoni se convierte en una virulenta sátira de costumbres en la que se arremete contra todo lo divino y lo humano y en la que adaptador y director, brechtianos impenitentes, presos de un celo casi inquisitorial se empeñan en aleccionar a toda costa a los espectadores, suponiéndoles quizá miembros conspicuos de la burguesa tribu de explotadores sin entrañas que esclaviza a estos pobres extranjeros que simbolizan Argelino y Esmeraldina.
Repito, la obra depara numerosas ocasiones para el disfrute y la reflexión, muchas de ellas ligadas a las peripecias de Argelino y a su aciaga fortuna y a su encomiable y obstinada decisión de seguir adelante pese a todas las dificultades; otras de extremo dramatismo (como la trágica premonición de su muerte por el espectro de su amigo ahogado en la travesía); pero también las hay para el desconcierto, como el caótico final del banquete de Beatriz y Florindo/a que culmina en un frenético paroxismo de gritos y confusión; y también para la confusión y el adocenamiento, como los reiterados alegatos antisistema o la extemporánea soflama reivindicativa de Esmeraldina al final del cuadro IV. En fin, luces y sombras en un montaje al que salva el magnífico trabajo de los actores, y al que, todo hay que decirlo, el público premió con un cerrado y largo aplauso a la caída del telón, desmintiendo las reservas e incluso la frialdad con las que, me pareció, fue acogido su desarrollo.
Gordon Craig.
7-I-2008.
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