De Georges Feydeau. Con: Nuria Espert, Jordi Bosch, Gonzalo de Castro, Tomás Pozzi y otros. Dirección: Georges Lavaudant. Madrid. Teatro Español. 26 de diciembre de 2007
Muchos adalides de la renovación teatral, militantes acérrimos de un llamado teatro comprometido ponían el grito en el cielo cuando el antecesor de Mario Gas en la dirección del teatro Español, Gustavo Pérez Puig, montaba obras como La venganza de Don Mendo, del ínclito Muñoz Seca, o cuando programaba a Benavente o a Jardiel; incluso llegaron a criticar acremente muchas de las decisiones de Pérez de la Fuente durante su etapa como rector del María Guerrero por excesivamente conservadoras; situados ahora en las poltronas de los teatros públicos y aledaños no mueven un músculo ante naderías como el regalito navideño que nos ofrece el Español, que bajo la edulcorada etiqueta de vodevil no esconde sino una insustancial astracanada.
Con unos personajes apenas esbozados y con el exiguo argumento característico de los sainetes, como en éstos, todo se fía al humor que destila el ingenio de los diálogos y a lo inverosímil de algunas situaciones, y a fe que este Georges Feydeau conocía su oficio y era capaz de sacarle punta al más inocente de los malentendidos o de convertir la más nimia de las contrariedades en una verdadera tragedia familiar, verbigracia, el casual estreñimiento de Totó y su secuela de altercados, riñas y discusiones que desencadenarán la ruina del suculento negocio en ciernes de monsieur Sebastián y la ruptura de su matrimonio.
Como se ve, el conflicto no puede tener un motivo más tópico y peregrino; todo gira en torno a aguas sucias, orinales, laxantes y purgativos. Los exabruptos del niño grande y malcriado, Totó, o las desavenencias matrimoniales de Julia y Sebastián, no son sino un poco de picante que se añade para fijar el sabor de una salsa cuyo ingrediente principal es lo escatológico, y de ellas no puede derivarse ninguna intencionalidad social; a lo sumo exhalan un rancio aroma costumbrista, sabor a viejo, si se compara con la frescura de montajes como Arte, o La cena de los idiotas, por poner sólo un par de ejemplos recientes de obras cuya poética es deudora, seguramente, de la dramaturgia de Feydeau.
Con ese material, obviamente, no pueden hacerse milagros, pese al buen trabajo de Georges Lavaudant, que ha sabido tomarle la temperatura al texto y al esfuerzo de los actores que sacan el máximo jugo posible a una pieza sin otras pretensiones que entretener al respetable. Sin el oficio de Jordi Bosch y de Gonzalo de Castro, y por qué no, el de Tomás Pozzi, en su breve aparición, el invento no saldría adelante; eso sí, no acierto a comprender que se le ha perdido a Nuria Espert en este espectáculo.
Gordon Craig.
28-XII-2007.
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