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Pinar, en irrefrenable ascensión, corta una oreja con sabor a triunfo grande

EFE
Actualizado 12-10-2009 22:51 CET

Sevilla.-  El diestro Rubén Pinar cayó de pie en su debut como matador de toros en La Maestranza, al cortar una oreja de mucho peso, que pudieron ser dos si el presidente hubiera atendido la fuerte petición del segundo trofeo, lo que fue lo único destacado del último festejo de la temporada en Sevilla.

Se lidiaron toros de San Miguel, desigualmente presentados y de juego también variado. El primero, inválido; noble y enclasado, aunque manso, el segundo; el tercero, el mejor; el cuarto, andarín y "rajado"; el quinto, complicado; y el sexto, soso y noblón.

Luis Bolívar, silencio y silencio.

Salvador Cortés, silencio y silencio.

Rubén Pinar, una oreja con fuerte petición de la segunda y dos vueltas al ruedo, y gran ovación.

La plaza tuvo un cuarto de entrada en tarde espléndida.

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PINAR, EN INDISCUTIBLE FIGURA

Pinar tuvo en primer lugar el toro con más clase y brío del envío, al que cuajó de principio a fin en una faena que fue siempre a más, con muletazos por los dos pitones de exquisita largura y temple, extraordinaria ligazón e impecable limpieza. Labor muy compacta y redonda, de mucho calado en los tendidos.

Se tiró a matar como un cañón y agarró una buena estocada de la que salió volteado sin consecuencias. Los tendidos, blancos de pañuelos, le pidieron con fuerza las dos orejas, pero como el presidente sólo concedió una, Pinar tuvo que dar dos aclamadas vueltas al ruedo.

En el sexto volvió a causar una gratísima impresión. La extrema sosería del toro tuvo que suplirla Pinar con buena técnica y arrestos. Faena fundamentada sobre todo por el pitón derecho, por donde brotaron muletazos de muy buen aire. Pudo haber paseado otra oreja de haber andado más acertado con los aceros.

Lo mejor de Salvador Cortés ocurrió en su primero, segundo de la tarde, al que cimentó una labor meritoria con algunos pasajes de cierta enjundia en el toreo a derechas, pero sin la redondez suficiente para que aquello tomara vuelo. El quinto, por su parte, no fue rival propicio, y nada pudo hacer.

Bolívar apechó con un lote imposible. Su primero, descastado hasta decir basta, no tuvo un pase; y el sexto acabó "rajándose" a las primeras de cambios. Todo esfuerzo del colombiano fue en vano.

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