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Un gran Pinar salva la tarde en el último suspiro con una trabajada oreja

EFE
Actualizado 09-10-2009 21:42 CET

Zaragoza.-  Gran actuación del diestro Rubén Pinar, que sorprendió a última hora al cortar una trabajada y muy meritoria oreja en el último suspiro de la tarde al sexto toro de una descastada y muy deslucida corrida de "La Campana", hoy en Zaragoza.

FICHA DEL FESTEJO.- Cinco toros de "La Campana", aceptablemente presentados, y más que mansos, podridos. El quinto, sobrero de Abilio Hernández, grande y con poder, finiquitado en el caballo.

Juan Bautista: buena estocada (ovación); y estocada (silencio).

Matías Tejela: estocada caída (silencio); y estocada casi entera (silencio).

Rubén Pinar: pinchazo, estocada y dos descabellos (silencio); y estocada desprendida (oreja).

En cuadrillas, Raúl Adrada saludó por dos buenos pares al segundo, y bregó dispuesto y eficaz en el quinto. Basilio Mansilla también se desmonteró en el sexto.

La plaza tuvo un tercio de entrada en tarde espléndida, con la capota descubierta.

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"LA CAMPANA", OXIDADA

El protagonismo de la tarde para los malos toros de "La Campana". Pero no sería justo después del tremendo esfuerzo de Rubén Pinar, traducido en triunfo con el sexto. Pésimo ganado, y precisamente por eso vale más la oreja que finalmente paseó Pinar.

Ni se sabe el tiempo que no embiste un toro de "La Campana". Y eso que es ganadería relativamente nueva, todavía sin antigüedad por no haber lidiado en Madrid corrida de toros. La compró el actual apoderado de "Morante", el constructor José Sánchez Benito, sin antecedentes como ganadero.

El pedigrí de su procedencia -el tronco de su árbol genealógico es puro "juampedro"- posiblemente sea el culpable de sus males. No embiste un toro de Juan Pedro, ni sucedáneo, ni por casualidad.

Pero los taurinos, erre que erre. Hoy tocó en Zaragoza.

Pinar, queda dicho, fue la excepción de la tarde. La gran excepción puesto que en definitiva si se puede hablar de algo bueno de la función es precisamente gracias a él.

Su primero estuvo cinco veces, cinco, en el suelo durante lo que se supone fue su lidia. Imposible lidia, por otro lado, puesto que la principal dificultad del astado fue precisamente su falta de acometividad. Así se entiende que Pinar quedara prácticamente inédito en este toro con el que hacía el debut de matador en Zaragoza.

El mérito de Pinar fue darle la vuelta a la tarde en el sexto, cuando ya nadie esperaba que el festejo pudiera tener tinte triunfal. Pero fueron las ganas, los arrestos, la disposición, la voluntad sin límite, y la capacidad técnica y artística de Pinar, lo que pudieron con todo.

Pinar dio órdenes a su picador para que el toro sangrara lo justo, llegando así a la muleta más crudo de lo que había sido habitual en los cinco anteriores. Y luego le esperó, le aguantó y le llevó toreado en el sentido más estricto de cada uno de estos términos. Valor y firmeza.

A partir de ahí a recrearse también en la interpretación en la medida de lo que el toro permitía. Fue una delicia comprobar que en medio del desierto surge de pronto un manantial de agua nítida, fresca y saludable. El toreo de Pinar cargado de emoción y estética en lo fundamental, y por los dos pitones, aunque los frenazos del toro impedían a veces la oportuna ligazón.

Al final "la guinda" del parón, circulares "en lazos" trazados desde atrás y por delante, sin rectificar un ápice las zapatillas. Magnífico por insospechado, gran Pinar.

El que abrió plaza, manso y noble al cincuenta por ciento, se dejaba hacer al tiempo que rehuía la pelea. Mansurrón se llama eso. Toro y torero recorrieron mucha plaza, siempre en la querencia que continuamente marcaba el manso, donde nada pudo resolverse. La estocada, lo mejor, lo único bueno. Fue una gran estocada, entrando despacio y enterrando el estoque en todo lo alto.

El quinto andaba tan escaso de fuerzas, tan absolutamente vacío de casta, que Bautista no pudo ir más allá del tanteo con la muleta. De nuevo destacó con la espada. Otro estoconazo en todo lo alto. Lo que son las cosas, con la de faenas que ha estropeado el francés en la suerte de matar. Si hubiera podido poner entonces estas estocadas.

Tejela tuvo un primer toro tan extremadamente suave como blando, que perdió las manos hasta cuatro veces. Soso hasta la extenuación. Le costaba un mundo desplazarse y no decía nada. Tampoco el torero estuvo más allá de los simple proyectos de pases, lo que se dice tirando líneas.

El quinto bis, a punto de cumplir seis años, de cuerna despampanante, fue el típico sobrero que ha debido estar enchiquerado muchas veces. Toro corraleado, según la jerga, por la forma de cruzarse por delante, sin terminar de pasar, pegando regates a los capotes.

Para pararlo, fijarlo, llevarlo y sacarlo del caballo estuvo sólo el subalterno Raúl Adrada, atendiendo las indicaciones por gestos de su matador, ya que Tejela no quiso ni verlo (al toro).

El picador de turno, Agustín Simón, se encargó de "matarlo", pues salió "el abilio" del peto prácticamente para el arrastre. Y así Tejela sólo tuvo que montar la espada, y a otra cosa.

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