Berlín.- Alemania rindió hoy homenaje a los miles de germano-orientales que veinte años atrás plantaron cara en Leipzig a la represión comunista al grito de "Nosotros somos el pueblo", la consigna que arraigo en toda la República Democrática Alemana (RDA) y a la que siguió la caída del Muro, el 9 de noviembre de 1989.
"Debemos aprender de los héroes de Leipzig", dijo el presidente alemán, Horst Köhler, desde la ciudad-cuna de la Revolución Pacífica, quien recordó el coraje de quienes no se amedrentaron ni por los tanques en la calle ni por el recuerdo de la masacre de la plaza pequinesa de Tiananmen, en junio de ese mismo 1989.
Fue una revolución pacífica, en la no se disparó un solo tiro, y cuyo final feliz, la reunificación alemana, tal vez no hubiera sido posible, recordó Köhler, de no haber sido por otros movimientos parejos en Hungría, en Polonia y en Checoslovaquia.
El acto, en la sala de conciertos de la Gewandhaus de Leipzig, aglutinó a la plana mayor de la política alemana, encabezada por la canciller, Angela Merkel, crecida en territorio de la RDA.
Para su correligionario, el conservador Köhler, el hecho que "alguien del Uckermarkt" -región del este- sea hoy canciller de la Alemania certifica el buen resultado del proceso de unidad.
"Queda mucho por hacer", recordó luego el presidente, tanto en lo que concierne a los desniveles económicos y sociales persistentes entre una y otra parte del país, como a la necesidad de que exista un auténtico acercamiento entre sus ciudadanos.
Köhler fue el principal orador del acto, aunque el discurso más aplaudido fue el de Werner Schulz, ex disidente de la RDA, quien llamó a no minimizar los crímenes del comunismo.
Schulz recordó, además, que la revuelta no arrancó de los sindicatos ni de otras fuerzas, sino de la "Iglesia desde abajo", es decir, el modesto pastor Christian Führer.
De su Iglesia de San Nicolás partió la primera de las que se conocieron como manifestaciones de los lunes, el 4 de septiembre, con un par de centenares de personas y pidiendo libertad y apertura.
Para el 9 de octubre, eran 70.000 los que marcharon desde ese templo evangélico, mientras la RDA sacaba a la calle los tanques.
La llama de la protesta había prendido ya en toda la RDA, con marchas en Dresde, Halle y otras ciudades.
La RDA había entrado en fase agónica, presionada desde su interior por las protestas ciudadanas y, desde el exterior, por las fugas masivas de ciudadanos a través de Hungría o de las embajadas de la República Federal de Alemania (RFA) de Praga y Varsovia.
Dos días antes de la marcha de Leipzig, el jefe de Estado germano oriental, Erich Honecker, se había empeñado aún celebrar la fundación de la RDA con la mayor parada nunca vista en Berlín. Acudieron decenas de miles de berlineses -obligados o no-, que recibieron al presidente soviético Mijail Gorbachov, con atronadores "Gorbi, Gorbi".
Mientras la disidencia cobraba adeptos en todo el país, las teóricas "masas" leales manifestaban así el deseo compartido de que la "Perestroika" (reestructuración) representada por Gorbachov alcanzara también la RDA, el estado nacido en 1949 como satélite de Moscú.
El líder soviético se erigió en héroe de la jornada con una frase que pasó a la historia: "La vida castiga a quien llega tarde".
La Revolución Pacífica ciudadana y la visión de Gorbachov, contramolde del anquilosado Honecker, precipitaron desde la RDA la caída del Muro.
Por el lado occidental, el entonces ministro de Exteriores, Hans Dietrich Genscher -hoy, entre los presentes en Leipzig- y el canciller Helmut Kohl, tejían la trama política.
Honecker pasó el relevo a Egon Krenz el 18 de octubre, mientras parte del aparato trataba de transmutarse en reformista.
El "Wir sind das Volk" -"Nosotros somos el pueblo" retumbó en la Alexanderplatz berlinesa, el 4 de noviembre, en la que fue la mayor concentración no oficial de la RDA, con medio millón de personas.
En su tribuna se apelotonaron una veintena larga de oradores, desde miembros del "politburó" a reformistas convencidos e intelectuales. La policía estaba en alerta, puesto que se temía que la multitud se lanzara sobre las fronteras. Hubo de nuevo duros encontronazos y centenares de detenidos.
Cinco días después cayó el Muro y once meses más tarde la RDA quedó absorbida por la RFA en virtud del Tratado de Unidad.
Kohl, el canciller de la reunificación, trató de trastocar la consigna de Leipzig en un "Wir sind ein Volk" -"Nosotros somos un pueblo" Veinte años después, permanece la versión primera, con el artículo determinado y emanada de la Iglesia de San Nicolás.
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