Hubo una época allá por los años ochenta en que los diseñadores gráficos suizos se olvidaron del racionalismo y dejaron de funcionar con la exactitud de un reloj de cuco para adentrarse en los terrenos del caos y la trepidación.
Puede afirmarse que Suiza es el único país del mundo que ha hecho de la neutralidad, la racionalidad y el equilibrio una forma de vida. Si el resto de naciones tiene como héroes nacionales a guerreros y personas impulsivas cuyos méritos están estrechamente relacionados con el bandidaje, el asesinato y el estupro, Suiza tiene a Guillermo Tell, conocido ejemplo de templanza y contención.
Salvo honrosas excepciones capitaneadas por personajes que no eran naturales del país, como Tristan Tzara y sus amigos dadás del Cabaret Voltaire, refugiados en Zurich a consecuencia de a Gran Guerra, Suiza siempre ha sido consciente de que la tranquilidad es la mejor receta para atraer las cuentas corrientes y, en consecuencia, asegurar la prosperidad del país.
Pero tanta tranquilidad, tanto reloj de cuco y tanta navaja multiusos acabó por agotar la paciencia de algunos de sus diseñadores que, unos años antes de la llegada de los años ochenta, decidieron revolucionar la ortodoxia imperante en el diseño de ese país y que, en buena parte, respondía a los preceptos establecidos por personalidades tan destacadas como Jean Tschichold, Emil Ruder o Armin Hoffmann durante su etapa como docentes en la Escuela de Diseño de Basilea.
Fue justamente desde ese centro educativo desde el cual surgieron las primeras voces discrepantes. Encabezados por el diseñador, tipógrafo y profesor alemán afincado en Suiza Wolfgang Hofmann, profesionales y teóricos del diseño comenzaron a cuestionar esa forma de hacer diseño. En palabras de Armin Hofmann, uno de sus seguidores, "la actividad docente de Wolfgang estaba inspirada en la intuición de que hay que romper las rígidas reglas de la técnica de la composición y poner a disposición de la actividad creativa mayores espacios de libertad".
Como explicaba Wolfgang en una de sus conferencias, en su opinión era posible afirmar la existencia una "tipografía suiza" caracterizada por una serie de rasgos diferenciales que la caracterizaban claramente como la sobriedad cromática, el empleo de ángulos rectos, y la preocupación por la legibilidad.
Sin embargo, dado que muchos de esos conceptos, como la definición de qué es una tipografía legible y efectiva, no son susceptibles de ser enunciados de forma clara y determinante, Wolfgang concluye que lo que llamamos "tipografía suiza" no es más que una forma más de hacer tipografía y no, como se empeñaban sus defensores, la "única" forma de hacer tipografía y por extensión diseño gráfico.
Tras dejar clara esta cuestión, Wolfgang se concentró en la defensa de una nueva forma de hacer tipografía basada en la libertad que rompiera con las estrecheces de la retícula y los corsés del racionalismo. Un planteamiento que, en contra de lo que pueda parecer, no era fruto del caos o el libre albedrío sino que hundía sus raíces en otras disciplinas como podían ser la sintaxis o la semántica pues, en su opinión, esas conexiones eran imprescindibles para determinar si una tipografía era o no eficaz en un determinado contexto.
La revolución teórica y docente impulsada por Wolfgang no tardó en ponerse en práctica. Pronto, nombre como los de Mihaly Varga, Martin Kurzbein, Peter Bäder, Ruedi Wyss, Roli Fischbacher o Dominik Süess comenzarían producir trabajos, principalmente carteles, en los que las tipografías estaban hechas a mano, eran imperfectas, de tamaños diversos, que no seguían las proporciones establecidas hasta el momento, que interactuaban con las imágenes y que le perdían el respeto a la jerarquía (tipográfica) y que aderezaban las teorías de esa "nueva escuela de Basilea" con elementos procedentes de movimientos juveniles como el punk.
Más de 20 años después de ese movimiento de ruptura, el Museum Für Gestaltung Zürich y el MUVIUM (Museu Valencià de la Il.lustració i de la Modernitat) organizaron "Rompiendo las reglas. Carteles suizos de los turbulentos años ochenta". Una muestra que pudo verse en Valencia hasta principios de este año y de la que la editorial Campgràfic ha publicado un interesante volumen que, con el mismo título que la exposición, recoge entrevistas, textos y conferencias con los protagonistas así como un abundante material gráfico que arroja luz sobre un interesante capítulo de la historia del diseño gráfico que, talvez por su cercanía en el tiempo, no había sido valorado como se merecía.
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